Angela
No me podía creer lo que veían mis ojos. Zale con la chica esa, juntos, en una cafetería, tan felices cuando Zale me había dicho que iba a estar con unos amigos. Eso era lo que más me dolía, la mentira. Sabía que Zale tenía sentimientos por mí, no hacía mucho me lo había confesado en el claro, era su no se qué, que no se cuanto y ¿para qué? Para que me lo encontrara con aquella chica que por más que no se quisiera dar de cuenta intentaba alejar a Zale de mi lado y él no se enteraba de nada.
Dolida pero con la cabeza bien alta, me alejé de los cristales que mostraban el interior de la cafetería en el momento exacto en el que él se levantaba con las claras intenciones de hablar conmigo, pero yo no tenía nada que decirle, después de aquella imagen sobraban las palabras.
Con cuidado, dejándola en un sitio en el que la pudiese ver, coloqué aquello que me había dado para hacer un poco más serio lo nuestro. Solté una risa entre sarcástica y dolida por pensar que realmente le importaba y esta vez sí que me alejé son mirar atrás dejando un poquito de mi corazón en aquella repisa junto con aquel objeto.
Zale
Mi mundo se había parado en el momento exacto en el que mis ojos chocaron con aquella mirada color café que tanto me gustaba. Angela. De pie en los cristales de la cafetería en la que estaba tomándome un café con Mónica. Sin dudarlo, me puse de pie e hice oídos sordos a las quejas de Mónica. No me importaba ella solo aquella mirada dolida que me observaba a través del cristal. Cuando salí no la encontré, ni a ella ni nada que me indicara a donde se había ido, pero al girarme para regresar al interior de la cafetería, encontré un pedazo de nosotros en aquella repisa y no pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas.
Pero empecemos por el principio. Después de que Angela y yo pusiésemos nombre aquello que teníamos, regresamos a nuestras casas y todo siguió con normalidad. Bueno, ahora nos escribíamos más, nos veíamos más, nos besábamos más, pero sin hacer nada público ni definitivo. De aquello habían pasado ya tres semanas y nos encontrábamos a mediados de abril. Que tres semanas más buenas, si había creído que aquel mes que compartimos era bueno, estas semanas lo habían superado y con creces.
La banda estaba en su mejor momento. Seguíamos tocando en aquel local que reclamaba nuestra presencia cada vez más y muchas más horas. Pero también nos empezaron a llegar ofertas para ir a tocar a otros bares y sitios de la zona. No podíamos estar más contentos y ninguno se lo creía. También nos veíamos más a menudo y empezamos a quedar para simplemente charlar a parte de los ensayos.
Por otro lado, Sam se estaba recuperando lentamente en el hospital y las cosas en casa de Angela ya estaban volviendo a su cauce aunque todos sentían la ausencia del hermano mayor.
Y luego, estábamos Angela y yo. Que bonito queda decirlo junto, ese "y" que es solo una letra pero que implica tanto. Habíamos hecho cosas de adolescentes normales, ir al cine, tener citas, besarnos a escondidas cada vez que podíamos. En esto último creo que no somos tan buenos ya que Carlos está empezando a intuir algo al igual que los chicos de la banda. Angela venía a todas nuestras actuaciones y ya dije que a mi se me daba muy mal disimular.
Pero en estas tres semanas, también vino más a menudo el amigo y socio de mi padre. Al parecer si que se habían hecho socios y querían estrechar más los lazos entre las familias, que poco más y nos ahogan con tantas cenas y comidas conjuntas en las casas de cada familia. Apenas hubo días que disfrutáramos de la comida mis padres y yo solo. Mi padre estaba tan feliz con esta unión que no se dio de cuenta de la incomodidad de mi madre cada vez que íbamos a la casa de su socio, un chalet de arquitectura moderna del cual la madre de Mónica no dejaba de hablar sobre lo caro que era solamente para molestar a mi madre y quedar por encima de ella. Y a mí no me podía molestar más la presencia de su hija Mónica, igual que a su madre le encantaba presumir de todo aquello que tenía y no había cosa que más odiara. Pero aún así, los dos aguantamos porque sabíamos que era una muy buena unión y mi padre hacía mucho que no sonreía así.
Por lo que no me quedó de otra que tratar con ella tres semanas. Se le notaba que era inteligente aunque le había afectado seriamente ser hija de quien era y la superioridad de su madre se había transmitido a ella. Al final no me había caído tan mal y me acabé acostumbrado a ella. Eso sumado a la presión que me hizo mi madre para que nos relacionáramos más acabo derivando en la situación de la cafetería.
Lo pero era que esa última semana, Angela y yo apenas hablamos o nos vimos. Mi madre cada vez insistía más para que no me viera tanto con Angela y quedara más con Mónica, no entendía porque tanto afán en que me relacionara con esta última más allá de las comidas que compartíamos pero siempre me dejaba en un aprieto y me era imposible decir que no. Como aquella vez que al acabar la comida en mi casa insistió en que le enseñara la zona a Mónica, no pude decirle que no delante de todos así que acabamos dando una vuelta de la cual me arrepentí nada más llegar a la esquina de la calle de mi casa, esa mujer no para de criticar todo, que si los edificios eran muy simples, que era muy de pobres eso de que hubiera tiendas debajo de los edificios y todo ese tipo de cosas.
Algo parecido había sucedido esta tarde cuando la familia de Mónica se presentó para comer. No había surgido ningún inconveniente hasta que mi madre me preguntó que por qué no la llevaba a tomar un café. Me negué a llevarla donde Angela y yo fuimos por más que mi madre insistiera, así que al encontrar la primera cafetería fuimos allí sin mejor plan.
Y en esa cafetería todo se vino abajo cuando la vi a través del cristal.
Volviendo al presente, cuando vi aquella pulsera en la repisa de la ventana una parte de mi corazón se rompió. Después de una semana muy buena para la banda, decidí comprarle a Angela una pulsera, así que aprovechando que mis padres me habían llevado a un mercado, encontré a unas niñas de primaria vendiendo pulseras, no me lo pensé dos veces antes de darle una gran suma de cinco euros para que me hicieran aquella pulsera que decía: mi no se qué, que no se cuanto.
Angela
Era una estúpida, por que me doliera tanto verle con ella sabiendo como era Mónica. Las pocas veces que la había visto no me había causado una buena impresión, cuando sonrió al verme ahí parada fuera de la cafetería, con aquella sonrisa maliciosa solo confirmó mis sospechas. Pero lo que más rabia me daba es que Zale no se diese de cuenta.
Me puse música, mi mejor método para sanar heridas, pero hasta eso parecía que estaba en mi contra cuando sonó la canción Jealousy, Jelaousy. Dios, si que estaba celosa, no podía negarlo, aquel chico si que me importaba, pero al parecer, yo a él no le importaba tanto.
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Recuerdos escritos en canciones
Teen FictionEs la historia de dos adolescentes normales, uno totalmente perdido y el otro con brújula y mapa, que se conocieron en medio de una tormenta y que buscan la luz al final del túnel. Dos adolescentes que no creen en el para siempre, pero si en el ahor...