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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 9


El día que confirmé mi asistencia al congreso, ya que Elisse nos acompañaría, Olive sugirió que debíamos reservar una habitación familiar. Me gustó esa idea. Me gustó idealizarnos a las cuatro como una familia. Y ahora, al salir del baño, mientras veo a Elisse desempacar, me doy cuenta de que pedirle que viniera conmigo fue una gran decisión.

—¿Bajarán a la playa? —pregunto. Olive me mira acostada desde su cama. Tiene una pierna sobre la otra y sus ojos azules se asoman con desdén a través de los lentes oscuros.

—Pues a eso vine yo —murmura mientras se sopla con una revista, a pesar de que la temperatura de la habitación está muy fría gracias al aire acondicionado.

—¿Tú no? —me cuestiona Elisse. De la maleta saca el diminuto traje de baño que le obsequié a Gracie apenas ayer. Es rosa, con flores amarillas.

—No es algo que me agrade. El sol tan quemante, el viento, la arena... Definitivamente no.

—Te lo dije, Liss —Olive se incorpora, acomodándose las gafas sobre la cabeza—. La señorita Larissa Weems es muy quisquillosa como para pasar un día en la playa. Ella no se expone al sol, no se quita su maquillaje perfecto ni deja que el viento le arruine el peinado.

Elisse emite una risa suave pero burlona. Se calla cuando la miro con reproche. Entonces se concentra en continuar desempacando. Yo sonrío apenas un poco. Me detengo a observarla. El cabello le cae a los hombros, completamente suelto. El vestido amarillo que lleva es largo, hasta los tobillos. Las mangas abullonadas le dan un aire juvenil. Aunque supongo que a los treinta y siete años eso es normal.

—Me gusta ese vestido —le digo en voz baja, procurando que Olive no me escuche. Elisse levanta la mirada de la montaña de atuendos que ha quedado en el colchón. Para ser un viaje de dos días se ha traído todo su armario. Me sonríe con timidez.

—¿Si?

—Sí —asiento. Las mejillas de Elisse se enrojecen lentamente. Yo no dejo de mirarla mientras ella se acuclilla para recoger a Gracie, que gatea en la alfombra.

—De acuerdo, yo me voy —Olive se levanta de un salto. Lleva las gafas puestas otra vez, unos pantalones cortos y el traje de baño color negro.

—Espera a Liss —le digo. La aludida me mira. Niega con la cabeza.

—No te preocupes, Liv. Adelántate. Yo bajaré en unos diez minutos. Ven aquí, Gracie —va tras ella cuando la bebé corre detrás de Olive. Yo la capturo. Entonces Gracie ríe, mostrándome sus pequeños dientes. Balbucea una y otra vez, como pidiéndole a su madre que la cargue.

—Estaré buscando alguna bebida —informa Olive antes de cerrar la puerta. Una vez a solas con Elisse, me siento en su cama.

—¿Quieres que te ayude en algo?

—Solo tengo que cambiar a Gracie, no es nada del otro mundo —asegura con confianza. Pero la bebé no está de acuerdo con eso. Se remueve y amenaza con llorar.

Yo recurro a mis escasos y casi nulos conocimientos sobre el trato a un bebé y buscó algunos juguetes que la ayuden a distraerse. Al principio se rehúsa a prestarme atención. Pero cede cuando saco el pequeño piano y me pongo a cantar. Es como si la hubiera hipnotizado. Incluso Elisse se queda congelada, sosteniendo el traje de baño.

—No sabía que cantabas —comenta. Yo alzo hombros.

—Le aprendí algo a Eleanor.

—Tu voz es hermosa, Larissa. Mira —eleva el brazo a la altura de mis ojos. Tiene la piel erizada. Los diminutos y casi imperceptibles vellos dorados están rectos hacia arriba—. Me causaste escalofríos.

𝒜𝓂ℴ𝓇 𝓎 ℴ𝓉𝓇𝒶𝓈 𝓈ℴ𝓃𝒶𝓉𝒶𝓈 / ℒ𝒶𝓇𝒾𝓈𝓈𝒶 𝒲ℯℯ𝓂𝓈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora