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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 10


Veo a Elisse parpadear lentamente, con dos mechones de cabello que le enmarcan el rostro. Juega a hundir los pies en la arena a medida que habla. Me gusta la forma en la que su labio superior se curva cuando lo hace. Me gusta lo marcado que es su arco de cupido. Aquí, bajo la luz de la luna, sentadas en la arena, con la inmensidad del mar como testigo, puedo tener mi mano entrelazada a la suya y besarla como mi novia.

—No sabes la decepción que me llevé, lo mucho que me odié cuando al mirar a Gracie lo primero que pensé fue... «Está llena de sangre. A mí me da asco la sangre. No la puedo besar así». Y mi pobre Gracie —el aire que exhala se disipa al instante. Me mira— lloraba tan desconsoladamente, en espera de que su madre la arrullara. Pero me quedé congelada. Entré en pánico y quise salir corriendo. Me odié. Terriblemente.

—Es que ser madre es una gran responsabilidad —intento animarla. Alguna vez escuché a Eleanor mencionar algo parecido. Ojalá hubiera estado acompañándola en los primeros meses después del parto. Ojalá no la hubiera dejado sola en el hospital.

—Lo es —asiente. Por un momento parece estar reflexionando—. Pero lo peor llegó durante la primera madrugada que su llanto me despertó. Oh por Dios, yo creé un plan para huir.

Casi sin poder evitarlo, una carcajada sonora escapa de mí. Al escucharme, Elisse alza la vista de sus pies y vuelve el rostro con prisa, reprochando mi burla. Entorna los ojos y luego me da un leve empujón con el hombro, sonriendo.

—No te rías, es en serio. La pasé muy mal. Nunca creas eso de que apenas miras al bebé la conexión surge por arte de magia. Eso es un proceso. Todo en la vida es un proceso. Que tarda y duele. Pero una vez que el vínculo se forma, es indestructible.

—Acabo de imaginarte trazando ese maquiavélico plan —suelto una pequeña risita otra vez, lo que hace que las mejillas de Elisse se tornen rojas por vergüenza. Entonces pongo un brazo alrededor de sus hombros y la atraigo hacia mí—. Lo siento. Lamento que hayas tenido que pasar por eso, Liss. Pero mira, lo superaste. Has hecho un increíble trabajo con Gracie.

—¿Tú crees?

—Por supuesto. Es una niña feliz, sana, con una madre que la ama y que daría su vida por ella.

—Gracie es mi mundo entero, es como mi pequeño planeta personal —los ojos azules de Elisse destellan en la oscuridad, reflejando las olas suaves—. Si pudiera conceptualizar mi amor por ella diría que es la interpretación majestuosa de la más preciosa pieza nunca antes conocida.

—Eso es muy hermoso, Liss —me atrevo a poner una mano en su pecho. Ella baja la mirada. Puedo sentir su piel palpitando bajo mi palma. Tibia, suave—. Tu corazón es muy hermoso.

—Gracias —susurra, nuevamente sonrojada.

Subo la mano de su pecho al mentón. Hago que me mire. Toda su atención se va a mis labios, así que le doy un beso. Solo un roce, apenas ejerciendo un poco de presión. Pero antes de que me aparte, Elisse me rodea el cuello con las manos. Es ella quien me besa ahora, haciendo que las orugas de mi estómago al fin se conviertan en mariposas que revolotean y me hacen sentir viva.

Durante un segundo, Elisse y yo nos miramos en silencio, sonriendo. Hay manchas de mi labial carmesí en sus labios, su cabello está despeinado por el suave viento nocturno y hay arena en los costados del vestido. No puedo creer que esté aquí con ella, después de que la miraba a la distancia como un imposible. La maestra de quien estuve enamorada en secreto por tantos meses. Pero ahora estamos juntas; besándonos en la playa, de noche. Es un sueño.

—¿Qué hay de ti? —pregunta de pronto. 

—¿Qué hay de mí?

—Sí. Has estado muy callada. Si quieres puedes confiarme algo que no te hayas atrevido a decirle a nadie nunca.

𝒜𝓂ℴ𝓇 𝓎 ℴ𝓉𝓇𝒶𝓈 𝓈ℴ𝓃𝒶𝓉𝒶𝓈 / ℒ𝒶𝓇𝒾𝓈𝓈𝒶 𝒲ℯℯ𝓂𝓈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora