Capítulo 1

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-¡Puaj! ¡Qué olor más asqueroso!

Por mucho que supiera que no iba a cambiar de aspecto, Spiro continuó agitando la mezcla en el mortero. El olor que se escapaba de ese potingue de aceites, plantas y pigmentos de arenisca blanca le hizo mantener un mohín de desagrado durante todo el proceso. Por eso, y porque no se sentía para nada seguro de querer esparcir ese mejunje por su pelo.

-Xeil...- se dijo para sí mismo.- Espero que esto funcione. Como te estés burlando de mí, te vas a enterar.

Xeil era el mejor amigo de Spiro. Al ser ambos adeptos de viento, compartieron clases los dos años que llevaban estudiando en La Academia. Xeil no sólo vivía acomodado en la capital del país, Valexia, sino que era el último en el árbol genealógico de los Lebunt; una familia que, además de disfrutar de buen prestigio y riqueza, también portaban el título de barones de Valexia. 

Esa grumosa masa blanca que Spiro no dejaba de remover, era la receta de un tinte que Xeil le había recomendado. Según su amigo, era usada en la ciudad y los aristócratas lo usaban para colorear sus cabellos de plata, especialmente popular entre los virtuosos del elemento viento. Xeil le había advertido del hedor, pero no sabía si aferrarse a eso para convencerse de que lo había hecho bien o, por el contrario, dar por supuesto que era una broma pesada.

-Que sea lo que tenga que ser.- masculló el joven mirándose al espejo.

Untó las púas de un peine en la pastosa mezcla y lo fue extendiendo, mechón a mechón. A los pocos segundos empezó a sentir un picor en la cabeza. Pudo verse a sí mismo dibujando un gesto entre enfado y desesperación. Paró un momento, pensando que quizás si se lavaba rápido el pelo, se mantendría igual. Al final optó por terminar de cubrir los cabellos que aún le quedaban negros. Lo peor que podía pasar era que le quedase una chapuza tan horrible, que por pura vergüenza se viera abocado a cortarse el pelo. Abrazó esa opción como si no fuera tan mala, así que volvió a untar el peine generosamente y se lo acercó a la cabeza de nuevo.

-¿¡Qué demonios estás haciendo!?

Spiro dio un brinco, soltó el peine y el mechón que mecía se inclinó hacia su cara dejando caer un pegote blanco sobre una ceja. Miró a través del espejo a ver quién estaba detrás suyo.

-¡Neela! - gritó Spiro enfadado.- ¿No sabes llamar a la puerta, como la gente normal?

-Sí, lo hubiera hecho si mi hermanito supiera dejar las puertas cerradas.- contestó irónicamente sin apartar la mirada del líquido viscoso que caía lentamente por la frente de Spiro. Neela se señaló su propia ceja.- Tienes algo aquí...

Spiro se apresuró a limpiarlo, pero al no tener ningún paño a mano, sólo pudo quitárselo torpemente con los dedos, cosa que hizo que se esparciera más.

-¡¿Qué quieres?!- espetó Spiro mirándose al espejo y aún retirando tinte blanco con el pulgar.

-Yo sólo venía a decirte...- las palabras de Neela tropezaron en un esfuerzo por aguantarse la risa. Se serenó y continuó. - Mamá dice que antes de bajar a desayunar dejes la maleta hecha y las cosas que quieras llevarte a La Academia en la entrada.

-Vale, sí, como todos los años. Menuda novedad. ¡Ahora lárgate de mi habitación!

Neela obedeció apretando los labios, pero sin poder esconder la sonrisa. En cuanto se cerró la puerta de la habitación, Spiro pudo escuchar como su hermana soltó una carcajada que se iba mitigando a medida que se alejaba por el pasillo. Prefirió ignorarlo y seguir con su intento de aclararse el pelo. Se agachó para recoger el peine que había caído en el suelo, pero enseguida se detuvo, como petrificado.

-¡No, no, no!- repitió una y otra vez con los ojos abiertos como platos.- ¡No puede ser!

El utensilio había caído dentro de la maleta que había dejado abierta porque aún le quedaba ropa que meter. Concretamente estaba manchando de tinte los hombros del uniforme de La Academia. Spiro lo retiró despacio, a la par que se le arqueaba las cejas viendo la mácula blanca que había dejado. Se miró al espejo, ahora con un ademán de tristeza. Soltó un largo suspiro mirando el reflejo de su pelo embreado y, sin dejar de imaginar todas las posibles burlas que le esperaban, ironizó desesperanzado:

-Me espera un año genial en La Academia...                                               

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