Capítulo 6

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Dos Celadores vigilaban a cada lado de la puerta, con el habitual atuendo marino y una bandana cubriéndoles media cara. Aunque era obvio que llegaron tarde, uno de ellos les hizo un gesto con los ojos permitiéndoles pasar.

Entraron al auditorio. La luz entraba de pleno por los ventanales de la cúpula y en las paredes. El lugar estaba lleno de alumnos de diferentes edades. Formaban filas perfectamente alineadas. Mientras esperaban, hablaban en voz baja creando un leve murmullo. Spiro y su hermana se mimetizaron con los demás en cuanto encontraron un hueco, que tuvo que ser a varios metros separados. No se molestaron en buscar a nadie conocido porque tampoco tenían tiempo para acomodarse.

Miraron al palco central en el fondo de la sala. Era un enorme balcón con un saliente centrado y un atril en la parte más alta. En medio había un trono decorado con varios velos celestes y piedra cuidadosamente cincelada con aguamarinas incrustadas. Detrás, cinco asientos igual de suntuosos, pero menos imponentes. Aquí estaban sentados los Maestros de cada elemento, vestidos con el correspondiente atavío oscuro. Entre ellos la madre de los hermanos, la Maestra del Agua, Lubvia Silvore. Por último, en los palcos laterales y de pie, charlaban todos los demás profesores de la escuela. Parecía que esperaban con la misma impaciencia que los alumnos. Neela atisbó caras nuevas entre los instructores.

Aunque a esa distancia no se podía distinguir, Spiro imaginó una mueca de desconformidad en el rostro de su madre. Seguro que les había visto entrar a última hora. Les alivió que el discurso no hubiese empezado aún.

La tardanza volvía más exagerado el rumor de los estudiantes. Justo cuando uno de los Maestros hacía el ademán de levantarse para pedir silencio, las cortinas de la entrada al palco principal se separaron. Todo se hundió en un profundo mutismo. Sólo se escuchaba el caminar de unos botines acercándose al atril. Se dejó ver una mujer de mediana edad, con un elegante vestido negro. Un chal de seda cubría su cuello y caía por su pecho. Resaltaba su cadera con un cinturón plateado, el mismo color de las horquillas que ajustaban su impecablemente peinado rodete. En ese momento se oyó como los Celadores cerraban las puertas. Spiro se volteó para comprobar si la chica de cabellos rojizos consiguió entrar con su acompañante, pero no pudo resolver su duda.

La mujer tomó unos segundos para colocar los papeles que traía en el atril. Se aclaró la voz de forma disimulada mientras adecuaba sus gafas.

-Bienvenidos otro año más, queridos alumnos.- comenzó, proyectando una voz acogedora.- Antes de empezar, me gustaría dar mis más calurosas felicitaciones a los nuevos estudiantes que superaron el examen de acceso. Para los recién llegados que aún no me conozcan, yo soy la directora de La Academia, Iridia Aether.

Levantó la cabeza orgullosa y continuó:

-Mi familia construyó esta escuela hace muchos años. Generación tras generación hicieron de un modesto colegio, toda una ciudad que ahora llamamos La Academia. Trabajaron muy duro con la intención de instruir a todo aquel bendecido con el don de dominar las habilidades elementales. No para crear fuertes guerreros, sino fieles defensores. Y, por favor, entended bien estas palabras, porque son el fundamento de la filosofía de esta institución; el verdadero poder reside en todo lo que queremos proteger. No lo olvidéis.

Extendió sus brazos hacia sus oyentes.

-Que vuestro esfuerzo nunca dependa de la sed de supremacía. Al principio muchos se perdieron por ese camino estudiando en esta escuela y creedme que lejos de dar frutos, se condenaron a sí mismos.

Perdió la mirada por unos segundos.

-Aunque en tiempos de guerra eso era bastante común. La hambruna, las batallas, las plagas que nadie podía detener... Sí, sobrevivir quizás era cuestión de poder. Pero ahora son tiempos de paz. Hay tiempo para aprender, física y mentalmente; de medir y controlar vuestras capacidades y usarlas de forma servicial.

Hizo una corta pausa, volvió a aclarar su voz y bajó la mirada a las hojas.

-Bien. Dicho todo esto, proseguiré con las normas de la escuela. Primera, está prohibido el uso de vuestras habilidades ofensivas fuera de los recintos de instrucción y sin la supervisión de un profesor. Segunda, está prohibida la entrada a la escuela al anochecer, a las alcobas de cualquier profesor, a los barracones de Los Celadores y mucho menos a los laboratorios subterráneos. Tercera...

Continuó numerando las normas más importantes, algunos cambios en las materias y la disposición de las clases. Spiro se aburrió a la media hora. Le pareció el mismo discurso poético y batallitas de una señora mayor.

-Pst, Nïl...- chistó a su hermana. Estaba demasiado lejos como para que pudiera escucharle, así que lo intentó más fuerte.- ¡Nïl!

Neela se giró. Sin mover los brazos, su hermano le indicó con un dedo para que mirase al palco derecho. Dos instructores coqueteaban; ella posó sus manos en la balaustrada y él imitó la postura encorvándose hacia delante y rozando sus dedos. Ambos sonreían durante el palique mientras miraban a la directora, pero estaba claro que no prestaban nada de atención. No era novedad la relación entre la joven profesora de historia Vermillia y el bibliotecario Rennon. Aún así sería un escándalo hacer público un flirteo en mitad de la ceremonia.

Neela se quedó largos minutos observándoles. Se volteó de nuevo a su hermano con los ojos en blanco e insinuó una mueca de desagrado.

-Bueno... por el momento esto es todo lo que debéis saber.- terminaba sus explicaciones la directora Aether.- Poco a poco iréis conociendo más sobre la escuela, su historia y sus principios, pero esto será suficiente por hoy. Las clases comenzarán en dos días. Aprovechad este tiempo para instalaros, conocer a vuestros compañeros de habitación o caminar por la villa y explorar sus rincones. Recordad también que para salir de los muros de la ciudad, necesitaréis el permiso por escrito de vuestros tutores. Con esto doy por terminada esta ceremonia de presentación.

Agrupó los papeles y con dos toques los alineó. Antes de dar la vuelta y marcharse, se quitó las gafas, alzó el mentón y pronunció con una cálida sonrisa sus últimas palabras:

-Bienvenidos a La Academia.

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