-¡Pero no te las comas todas!- protestó Lïfa.
-¡Tranquila, si hay un montón!
Su hermano tenía razón. Un enorme cuenco de madera rebosando de costillas condimentadas, patatas, guisantes y garbanzos llenaba la mesa. Spiro engullía la carne con las manos grasientas, Lïfa pelaba cuidadosamente la piel de una patata y Lubvia se sirvió un tazón de legumbres. Neela se unió a su familia mientas Himbrid le llenaba un plato.
-Tienes que decirme dónde has comprado ese tinte.- le preguntó la tía Himbrid a Spiro mientras le revolvía el cabello.
-Bueno, en realidad...
-Lo ha hecho él mismo.- terminó de contestar Neela con tono jocoso.
-¿En serio?- exclamó asombrada mientras separaba mechones de pelo.
Algunos brillaban más claros y se oscurecían al llegar a la raíz y en unas pocas partes aún se veía el negro original. Aún así, todas esas desigualdades, tenían cierta armonía en conjunto y se veía tan mal como su madre quería hacerle ver.
-Entonces tienes que darme la receta.- le sonrío su tía.- Aunque Felria es un pueblo pequeño, enseguida se escandalizarían.
Spiro y Neela se miraron complices. Himbrid de por sí ya era un espectáculo y los dos jóvenes dudaron que el color de pelo le fuera a hacer más estrambótica. Durante la comida las conversaciones oscilaron la vida de pueblo y temas escolares de La Academia. La tía Himbrid contó algunas historias de cuando Lubvia y ella eran alumnas; habló de los profesores, de las travesuras que hacían, los éxitos que consiguieron...
-¡Ah, sí! Voy a preparar esa horrible infusión que tanto te gusta, hermana.- se levantó y buscó entre los numerosos tarros de cristal de la estantería.- Creo que estaban por aquí... ¡uy! Estas hierbas creo que ya ni existen... Este de aquí... No, este es para los dolores menstruales.
En ese momento calló y miró a Lïfa que aún seguía comiendo ajena a los comentarios de su tía. Estuvo por abrir la boca de nuevo, pero notó que Neela y Lubvia le clavaron una mirada asesina. Podía leer en el ceño fruncido de las dos: "¡Ni se te ocurra preguntarle sobre eso!"
-Himbrid, déjalo, no es necesario...
-¡Mira, aquí están! ¡Sí, estas son!
Se quedó con una estúpida pose señalando el tarro. Miró a su hermana con las cejas arqueadas y una exagerada sonrisa. Parecía estar pidiéndole perdón con un gesto torpe y forzado. Lubvia cerró los ojos, suspiró y accedió.
Himbrid llenó una tetera de agua y metió las hierbas y la cerró. Acercó las dos manos al metal sin llegar a tocarlo y empezó a calentarla. Alrededor de sus dedos podía notarse como el aire caliente ondeaba. A los pocos segundos empezó a salir vapor de la boca de la tetera. Himbrid estaba distraída y no notó que el agua ya estaba hirviendo. Apartó las manos de golpe cuando vio el metal a punto de estar incandescente.
-¡Uy! Creo que me he pasado.
Pasaron un par de horas más sobre la mesa, repitiendo los mismos temas o hablando de cosas banales hasta que Lubvia se pronunció:
-Creo que ya va siendo hora de marcharnos.
-Aún es temprano, hermana. En un par de horitas llegaréis ¡Tenéis tiempo de sobra! Quedaos un rato más y os preparo unos dulces para el camino.
-Tengo que estar ahí con antelación. Debo reunirme con los profesores y la directora antes de la ceremonia... Ya sabes como funciona esto.
Himbrid asintió apenada. Sobre todo cuando tuvo que ver a sus sobrinos despedirse de Lïfa. A la pequeña, en cambio, la despedida con sus hermanos no le entristeció. De hecho, les animaba a que dieran lo mejor, a que se esforzasen y que les escribiera contando anécdotas. El rostro de Neela se mostró despreocupado cuando besó en la mejilla a su hermana, pero Spiro pudo deducir cuánto le estaba costando decir esas últimas palabras. A pesar de que ambos sabían que detrás de la inocencia, Lïfa guardaba una férrea madurez, no podían evitar ese sentimiento de querer protegerla.
Salieron a la calzada. Spiro abrazó tan fuerte a Lïfa que la alzó del suelo.
-Buscaré semillas raras y te las traeré. Te lo prometo.
-Vale, pero... ¡Ni se te ocurra robarlas!
Él sacó los morros y ladeó la mirada a la par que negaba falsamente.
Después de que Lubvia susurrase unas palabras al golem, montaron los tres. Continuaron despidiéndose por la ventanilla mientras el carruaje se alejaba. Al poco rato se perdieron de vista. El trayecto desde Felria hasta La Academia lo pasaron en silencio. Neela y su madre ocupaban el mismo asiento, de espaldas a los caballos. Las dos mataron el tiempo leyendo. Spiro le pidió un libro a su hermana por puro aburrimiento. Intentó concentrarse, pero no le interesaba nada la historia de las Islas de Acuarea, ni de los tritones. A los minutos bostezó y dejó el tomo a un lado. Neela lo atisbó y rio con una exhalación de nariz.
Hasta la llegada, pasó los minutos despistado mirando por la abertura de berlina. Clavó el codo en la madera de la ventana e intentó dormirse apoyado en su puño. Había comido demasiado y ahora se caía de sueño, pero las constantes agitaciones del carruaje no cesaban y de ahí sus quejidos y la desesperación por llegar. Estuvo a punto de manifestar su incomodidad cuando las ruedas se detuvieron.
Volvió a echar un vistazo afuera. Vio una ciudad enorme que brillaba con tono celeste. Muchos de los edificios tenían techos picudos y algunos se bifurcaban en torres, aunque la mayoría eran planos y no muy altos. Casi todas las paredes eran de mármol blanco luciendo impolutas. Las partes adornadas con florituras talladas también se ornamentaban con alejandritas azules, por eso el halo de color que se apreciaba de lejos.
Desde la entrada se abría un amplio camino de adoquines de roca caliza. Ramificaba en cientos de rutas más estrechas y varias plazoletas, con constantes arcos enriqueciendo todas las vías.
Habían tres caminos que se acentuaban sobre los demás: Uno hacia la derecha que acababa en dos gruesas torres separadas por un muro. A la izquierda otra que terminaba en una enorme cúpula ligeramente apartada de la ciudad; una zona llena de vegetación, con montículos rocosos rodeando un lago y unas pocas cabañas.
Pero sin lugar a dudas, el más impresionante era el camino del centro. Atravesaba una enorme plaza perfectamente lisa. En medio, una colosal fuente de roca esculpida donde el agua brotaba por finos canales que se separaban por todo el lugar en ángulos rectos. Al final de este camino se imponía, como si fuera una inmensa y majestuosa catedral, la escuela. No cabía duda de que habían llegado a su destino, La Academia.
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Elementales
FantasyEn el mundo de Asheya, la paz aparente entre los Elementales y los Alquimistas está a punto de desmoronarse. Siglos atrás, estos dos poderosos grupos se encontraron en una guerra devastadora que dejó cicatrices en la memoria de todos, convirtiéndose...