Capítulo 8

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<<...el planeta que habitamos, hoy conocido como Asheya, sólo era un cuerpo girando alrededor de una estrella, vagando en la misma órbita una y otra vez, como si se tratase de una enorme roca.

Pasaron milenios hasta que el Dios Lux advirtió su existencia. Agradado por sus dimensiones, optó por moldearlo y darle un aspecto adecuado para su consagración. Lo remodeló hasta hacer una esfera perfecta. Después lo cubrió con su manto, iluminando cada rincón. Allá por donde la luz se extendía, comenzaron a surgir prados, montañas, valles y océanos. Todo esto, en conjunto, serían una atmósfera perfecta para su siguiente creación; la vida.

El Dios Lux repartió esta existencia por toda la tierra, los mares y los cielos. Al principio fueron criaturas y plantas simples, pero eternas. Todo reinaba en una equidad agradable y tranquila.

Breve fue el sosiego, pues la Diosa Umbra enseguida atisbó el planeta que sobresalía sobre todos los demás cuerpos celestiales. Se ocultó en el punto contrario de Asheya y comenzó a expandir su oscuro velo. A su paso convirtió los valles en ásperos y lúgubres pantanos. Los montes empezaron a escupir fuego y a quemar todo a su alrededor. El agua de los mares era más densa y negra, pareciéndose al alquitrán. Incluso el aire se hizo más pesado con un hedor pútrido. La Diosa Umbra no se dedicó a destruir lo creado por el Dios Lux, sino que lo transformó.

Cuando se topó con la vida, jugueteó con ella; mutó los animales, los desfiguró y los cosió entre sí creando horribles monstruosidades. Cuando se cansó de recrearse con ellos, alteró el don de la vida hasta un punto inerte de no retorno; la muerte.

El Dios Lux se percató de las sombras que se extendían mancillando su creación. Decidió crear un ejército de guerreros que le ayudasen a purgar el planeta. Forjó millones de cuerpos humanoides con una parte de su poder, siendo así capaces de reconstruir las tierras profanadas por la oscuridad. Desgraciadamente, la Diosa Umbra no tardó en replicar esa misma estrategia. De igual manera, sus tropas tenían una parte de ella que les permitían alterar todo a su alrededor.

La batalla se alargó por siglos. El Dios Lux no pudo separar las bestias que la Diosa Umbra unió. Sólo pudo homogeneizarlas y procurarles vida como especie. Así surgieron las criaturas mitológicas.

Así mismo, la Diosa Umbra tampoco pudo detener la reproducción de los seres vivos. Nada más pudo transformar su piel y órganos en carne que se desgastaría y envejecería hasta dejar de ser funcional. Fue la única manera en la que pudo limitar la vida.

En todos esos años las luces y las sombras se entremezclaron. La igualdad de poder de ambos bandos no dejaba poner fin a la guerra, así que decidieron enfrentarse cara a cara. Los soldados devolvieron su poder, convirtiéndose en humanos corrientes y fueron apartados de la guerra. Pasaron meses enfrentados. La Diosa Umbra atacaba lanzando montañas que transmutaba en magma y el Dios Lux se escudaba creando mares. Cordilleras de piedra aplacaban los tornados, techos de hielo bajo las lluvias de fuego y cobijo en la tierra para evitar los violentos rayos.

Ninguno podía ganar. Con la intención de acabar con aquel caos, el Dios Lux se enzarzó cuerpo a cuerpo con la Diosa Umbra. Durante el forcejeo crearon un intenso torbellino de luz y sombra que alcanzó el cielo. La tierra a sus pies empezó a quebrarse y a separarse en dos. Las grietas se llenaros de agua y las dos tierras se alejaron de entre sí, creando los continentes.

El Dios Lux quiso sacrificarse para acabar con ella y así lo estaba consiguiendo. Se convirtió en unas cadenas de luz con las que encarceló a la Diosa Umbra. Pero ésta, astuta, suspiró con su último aliento una sombra que tomo forma de luna sobre el continente que se movía hacia el Este. Un astro que contenía una pizca de su don para transmutarlo todo.

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