Prólogo

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No cualquiera puede ser un mafioso, es necesario silenciar para siempre la moral, la ética y los sentimientos naturales del ser humano

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No cualquiera puede ser un mafioso, es necesario silenciar para siempre la moral, la ética y los sentimientos naturales del ser humano. Algunos nacen con esa capacidad, otros como yo son transformados; a base de un sufrimiento que te destruye y luego unes los pedazos para formar tu nueva personalidad.

El camino que te lleva a ser un frío asesino en el mundo delictual, jamás podría ser fácil. Muchas veces, es necesario soportar hechos terribles que acontecen en la vida de esa persona. Que la cambian para siempre. Claro, si en medio de todo el proceso logra sobrevivir.

Es la forma más literal de formar una espada a fuego; de arder en llamas hasta ser reducido a cenizas, y volver a levantarte.

Ser mafioso es poder vivir con el alma rota o simplemente muerta, en donde el corazón no sirve para nada más que bombear sangre. Y se llena ese vacío, con mantener ocupada la mente en la supervivencia. En ser más fuerte, más poderoso, generar el suficiente miedo en los demás para asegurar que el temor sea un disuasivo para tus enemigos. Convertirse en el depredador que aniquila a sus presas, a todas, para no volver a convertirse en una.

Porque en el mundo criminal, solo sobrevive el más temido. Aquel que camina lado a lado con la muerte, sin temerle. Mas bien como una aliada, que le ayuda en sus guerras, y la única capaz de darle un descanso al final.

En mi caso, levantarme todas las mañanas, con la certeza que podría ser mi último día. Con el pleno conocimiento que, al partir de este mundo, no sería calmo ni pacífico para mí. Y sin emociones, simplemente aceptarlo.

Vivir esperando la muerte, y representar la muerte hecha persona para mis enemigos. Con seres oscuros guiando todos mis actos, los únicos confiables en este ambiente tenebroso.

Con diecinueve años había experimentado lo que muchas personas viven en toda una vida. Y había logrado sobrevivir.

Aunque en el proceso murió mi inocencia, el apego natural a cualquier ser humano. Incluso mi identidad, pues tenía otro nombre, no el que me dieron mis padres. También había desaparecido en mí la capacidad de sentir compasión o piedad.

No llevaba la cuenta de a cuántas personas había asesinado y las que me faltaban. Tampoco padecía ya la pérdida por la masacre de mi familia. O la pérdida de alguna persona que en el pasado me trató de forma amable. Un agujero sin fin ocupaba aquel espacio donde se guardan los sentimientos.

Ahora como era mi costumbre en el pasado, vestía un traje negro y discreto pero elegante. Zapatos lustrosos y corbata negra sin ninguna distinción en particular. Mi cabello fino y castaño, bien peinado hacia atrás, mostrando mi frente amplia y mis rasgos andróginos.

Ese límite delgado entre lo femenino y masculino, con un rostro que no sabía mostrar otra cosa que no fuera frialdad, y falta de emoción.

Lo único que delata mi personalidad, son mis ojos, aunque algunos podrían considerar bellos, han visto demasiada gente morir. Y solo irradian una energía fúnebre, e imposible de ignorar. Perdieron el brillo de vida.

FALSO MAFIOSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora