1. Adiós Familia.

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LAURA

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LAURA

Recuerdo que era de noche, los últimos momentos que pasé con mi familia.

Tenía seis años, y en el colegio me contagiaron los piojos.

La solución más rápida que encontraron mis padres, fue cortar mi largo cabello, tan corto que quedé como un niño. Me resistí hasta último momento, pero no pude hacer nada. Había que acabar con esos bichos que estaban en mi pelo demasiado largo y fino para combatirlos rápido.

Éramos pobres. Yo reciclaba toda la ropa de mi hermano mayor, no recuerdo haber tenido alguna vez algún vestido. Y miraba con codicia los vestidos que llevaban las otras niñas de mi clase.

Me molestaba tanto que se burlaran de mí en el colegio por esa ropa. Nunca pensé que esas mismas prendas, algún día salvarían mi vida.

Mi hermano Carlos, enfermó repentinamente de leucemia. Y necesitaba internarse en el hospital de la ciudad para poder acceder a un tratamiento. Este padecimiento que se formó en su cuerpo mal nutrido avanzaba demasiado rápido.

Con apenas diez años, al poco tiempo lo veíamos tan frágil.

Aunque su carácter nunca mermó, hasta el fin de sus días alegre y protector conmigo, todavía le restaban fuerzas para intentar leerme algunos fragmentos de cuentos. Antes de dormir, compartiendo la misma cama.

Pese a mi corta edad veía la desesperación en los ojos de mis padres por obtener dinero, para el tratamiento de mi hermano. Para alojarse en una ciudad lejana, pagar la comida, y otras tantas cosas.

El problema es que un jardinero, junto a su esposa que se dedica a lavar ropa ajena y a limpiar casas ajenas, en realidad no alcanza para mucho. Sobre todo, porque su falta de educación les impedía darse cuenta, que eran explotados por migajas.

Ambos trabajaban para el patrón, un hombre que, de solo verlo a varios metros, inspiraba tanto miedo que yo de forma automática me volvía invisible para sus ojos. Quizás por ello, el patrón no se percató de mi presencia hasta que tuve seis años.

La última noche que compartimos con mi familia, la comida estuvo escasa. Una sopa de algunas verduras y con sal, porque mi madre juntaba cada centavo para el doctor. Y el viaje al hospital.

Me acosté con hambre, pero el último cuento que me leyó mi hermano distrajo mi mente hasta que el sueño me hizo olvidarme de la falta de una comida contundente.

No sé cuánto tiempo habré alcanzado a dormir, solo recuerdo que aún estaba abrazada a mi hermano, cuando un tremendo golpe nos despertó.

Alguien estaba pateando la puerta de la casa ruinosa en la que vivíamos, y profería toda clase de insultos desde fuera. Las paredes de madera vieja crujían con cada golpe.

—¡Levántense todos, ladrones de mierda!¡ entreguen de inmediato el dinero del patrón! — gritó el capataz en cuanto entró a la casa, luego de haber hecho saltar la tranca, que poníamos en la puerta para asegurarla.

FALSO MAFIOSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora