Capítulo 8

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Una vez Califa formalizó la invitación a Fuego y Sangre, los agentes solo tuvieron que esperar a que transcurriera la semana y media que quedaba para el viaje a Tailandia. Además de poner en orden sus asuntos y cumplir con las imposiciones del FBI, por supuesto. Entre ellas figuraba pasar por la consulta del psiquiatra, y que este los evaluara psicológicamente para confirmar que estaban listos.

Ayane acudió a la consulta de Ormond Hudson el último viernes que pasaría en Washington. Mientras esperaba a que saliera la paciente que estaba reunida con él, se acordó del asombro con el que Califa la había mirado unos días atrás al conocer las intenciones de Black Russian.

—¿Qué pasa? ¿Es que no me crees? Te aseguro que no soy tan traicionera como cuando tenía veintipocos —había bromeado ella para llenar el silencio. Después de recibir la invitación de Black Russian, no le quedó otro remedio que avisar a Kingfisher de que no cogería el coche enseguida. Tenía que volver a subir a Vesper's, rezar para que le abrieran la puerta después de haber cerrado al público, y reunirse con el propietario para hacerle partícipe de las últimas noticias—. ¡Llámalo, coño! Verás que lo confirmas. Te prometo que me lo ha dicho él mismo.

Califa había torcido el gesto, tan irritado como pensativo.

—No, si es tan descabellado que no me cabe la menor duda de que es verdad. Nadie en su sano juicio se inventaría que Black Russian le ha hecho un favor.

—¿Porque no se le conoce por su generosidad? —había adivinado Ayane con las manos cruzadas a la espalda. No podía parar de balancearse sobre las puntas de los dedos de los pies, feliz y dócil como solo lo estaban las niñas caprichosas después de salirse con la suya.

Califa le lanzó una mirada molesta.

—Porque a nadie se le ocurriría mentir sobre él. Se acabaría enterando, y no tiene piedad.

—Uh, qué miedo —se había burlado Ayane. Con la barbilla, señaló el teléfono fijo que descansaba sobre su escritorio—. Venga, pégale un toque, que yo te vea. No te arrepentirás.

Más por darle el gusto que porque lo necesitara para creerla, Califa descolgó el auricular sin quitarle la vista de encima y se lo pegó a la oreja donde lucía el arete dorado. A Ayane le sorprendió que no tuviera que consultar una guía de teléfonos para marcar el número de Black Russian. Califa tenía una memoria privilegiada, eso lo había demostrado en un sinfín de ocasiones, pero no lo imaginaba aprendiéndose el móvil de nadie.

Para sorpresa de Ayane, puso el manos libres.

Sonó un pitido. Otro pitido. Un tercer pitido.

En cuanto descolgó, una voz grave y con acento eslavo dijo:

Sí, la he invitado.

Y colgó.

Ayane no pudo contenerse y soltó una carcajada. Dio un saltito, aplaudiendo con las puntas de los dedos sin emitir sonido alguno, y le sacó la lengua a Califa.

Este se había quedado mirando el auricular con el ceño fruncido, como si no comprendiera su funcionamiento. Estaba claro que, para él, había gato encerrado.

Lo depositó en su sitio lentamente, no muy convencido.

—¿A qué se debe la invitación, Kir? ¿Le has gustado? —le preguntó sin rodeos.

Ayane se había acordado entonces de la declaración de intenciones del inquietante fulano: «Quiero verte de nuevo». La sonrisa eufórica se le torció a un lado, instigada por una duda razonable, pero no permitió que las emociones que el sujeto provocaba le arruinara la celebración.

CLANDESTINO: Esta noche serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora