Capítulo 6 [PARTE II]

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En cuanto empezó a subir las escaleras, arrastrando el extremo del látigo a su espalda, la gente a su alrededor se desvaneció. Se concentró en el hombre que esperaba con tan solo la ropa interior en el corazón del ring, en las vibraciones de la música que parecía provenir de su caja torácica. Caminó despacio sobre los tacones hasta posicionarse ante Kingfisher, y le ofreció una sonrisa que prometía perversiones y sufrimiento.

Sabía que al tipo no le entusiasmaba el rol sumiso. Tenía experiencia en el mundillo sadomasoquista, pero como dominante, y haberse visto en la obligación de plegarse a las condiciones de Ayane solo porque ella había conseguido tirar de los hilos hasta Califa era una humillación para él. Daba la casualidad, no obstante, de que Ayane había disfrutado de sesiones BDSM con hombres interpretando el papel de misóginos escarmentados por una mujer. De hecho, era su juego de rol preferido, y ahora podría volver a vivirlo.

Utilizó el extremo del látigo para recorrer de forma casi cariñosa su pecho esculpido, los tatuajes tribales que le sorprendió que salpicaran su piel, y se detuvo en el borde del bóxer. En lugar de bajárselo, introdujo los dedos sin otro rodeo y cubrió con la palma el bulto caliente.

Levantó las cejas, sorprendida al comprobar que tenía la polla muy gruesa. No le cabía en la mano y tampoco podía abarcarla si la rodeaba con el índice y el pulgar. Quizá en otro momento le hubiera felicitado e incluso se habría relamido, pero eso no era lo que hacían las dominatrices.

Más bien al contrario.

No habían acordado dejar fuera la humillación verbal, y Ayane estaba exultante además de encantada de vengarse por sus comentarios fuera de lugar.

—Un hombre como tú no debería ir por el mundo con esa seguridad en sí mismo; no cuando sabe que con esto —le apretó la base del miembro hasta arrancarle un gemido— no hay manera de darle placer a una mujer.

Él la miró a los ojos con las cuencas de los ojos enrojecidas.

—Lo sé, ama.

Fue ahí cuando se dio cuenta de que Kingfisher no era el hombre por el que le había tomado en un principio, o, al menos, era una persona diferente cuando estaba al servicio de su dominatriz. En sus pupilas negras chisporroteaban la curiosidad y el deseo prohibido. Y cuánto le habría gustado acariciarle la cara con condescendencia y decirle: «Mírate, sí que te pongo cachondo, después de todo», pero regocijarse en el anhelo de un hombre que no fuera Jace no entraba en sus planes.

—Quítate eso y túmbate boca abajo —le ordenó.

Kingfisher obedeció con la cabeza gacha, tal y como dictaba la obligación de un buen sumiso. En cuanto estuvo en la posición deseada, Ayane deshizo el lazo que mantenía su melena en una coleta alta y escondió la gomilla en el puño. Sacudió la cabeza para que el cabello recuperara su caída natural y a continuación se agachó para ver a Kingfisher apoyado sobre las palmas de las manos. Así evitaba que todo el peso cayera sobre su miembro empinado.

Sonrió, complacida ahora que sabía que su compañero tenía un lado masoquista, y se sentó a horcajadas sobre su espalda con la mirada apuntando a sus pies. Introdujo el mango del látigo en el escote, y ahí se quedó colgando, como una amenaza inminente.

—Separa las piernas y alza las caderas.

Kingfisher ofreció, y así Ayane pudo introducir la mano entre los muslos masculinos para agarrar su miembro. Tiró de este hacia atrás, de manera que quedara atrapado entre sus ingles y el prepucio asomara por debajo de las nalgas, la posición tirante con la que las drag queens disimulaban el bulto de su entrepierna.

Tenía la polla semidura, pero no le prestó la debida atención a su excitación y se colocó la gomilla entre los dientes mientras agarraba los testículos con los dedos. Le oyó gimotear en voz baja y revolverse bajo su peso, que estaba muy cómoda en su trono improvisado. Ignoró la queja y ejerció más presión al apretarlos. Pretendía anudarlos con la goma estirándolos por encima de sus posibilidades, igual que cuando se aplastaba el pelo y se tiraba de él para hacerse una coleta eficiente.

CLANDESTINO: Esta noche serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora