Capítulo 2 [PARTE II]

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—¿Cómo que quién es su padre? —Riley no cabía en su asombro. ¡Oh, Dios! ¿Cómo no podía conocer el cotilleo más jugoso del edificio J. Edgar Hoover?—. Has tenido que enterarte si ya llevas unas semanas en las oficinas. Bueno, a ver..., no es que salte a la vista, porque la imbécil se cambió el apellido con la esperanza de que no se supiera quién es el monstruo que la trajo al mundo...

—Quizá se lo cambiara para evitar asociaciones injustas, como la que tú estás insinuando —repuso Olivares con severidad—. Los niños no han de responder por los pecados de sus padres, y menos cuando esos niños huyen desesperadamente de su pasado. Que Nagai se haya formado como agente federal teniendo a un familiar en una prisión de alta seguridad dice lo contrario a lo que tú pretendes vender. Es obvio que delezna los crímenes de su padre.

—Venga, por favor, ¡pero si va a verlo siempre que puede! —insistía Riley con sorna—. Un criminal con el historial de Frank Kincaid no tiene permitidas las visitas de cortesía. Conociendo los regímenes de ADX Florence, permanecerá en aislamiento veinte de las veinticuatro horas del día, como debe ser. Si Nagai consigue hablar con él, es porque echa mano de sus conexiones. Conexiones que no tendría sin una placa de agente. Quién sabe... A lo mejor se metió en el FBI para estar más cerca de papá.

—¿Kincaid, has dicho? —La voz le tembló a Allie al pronunciarlo—. ¿Ese es el de...?

—Ese mismo. Lo llaman El Yakuza. Está cumpliendo tres cadenas perpetuas y doscientos cuarenta años más, por si acaso se quedaba con hambre —se rio Riley. Sus carcajadas le torcieron el gesto a Ayane, que sintió una presión en el estómago relacionada con la ansiedad y el impulso de vomitar—. ¿Ahora qué? ¿Me vais a decir que es impensable que un criminal acusado de tráfico de drogas, blanqueo, asesinato premeditado y Dios sabe qué más, todo esto en nombre de la banda organizada más temida del mundo, pudiera haber tenido una hija igual de maquiavélica? No la van llamando «Il Consigliere» por las oficinas por nada.

A falta de un grito liberador o dar un golpe al aire, Ayane apretó los puños.

El apodo llegó a sus oídos por casualidad años atrás, mientras tomaba un café rápido con Nancy. Recordaba la tristeza con la que su amiga la miró, avergonzándose en su nombre y en el de todos sus compañeros cuando a Ayane le constaba que ella jamás habría participado en semejante circo. Aquel día tuvo que tragarse la rabia y comentar en tono jocoso que se habían dejado la creatividad en casa. «El consigliere ni siquiera es el segundo miembro más importante de la mafia», había explicado, procurando no mirar a Nancy a la cara y mantener la sonrisa burlona en los labios. «Ya podrían haberme llamado sottocapo, que para eso es el subjefe de la famiglia, y no como la mano derecha no militar del capo. Ya que van a colgarme la etiqueta de mala, prefiero ser mala de cojones».

—No sé si maquiavélica —vaciló Allie—, pero ¿cómo es posible que la aceptaran en el FBI?

—La aceptaron porque pasó las mismas pruebas que tú y que yo, y porque no existe ninguna ley que prohíba que la descendencia de un delincuente forme parte de un cuerpo de seguridad del Estado —explicó Olivares antes de que Riley arrancara a hablar con nuevos prejuicios—. En el caso de que se hubiera demostrado que Ayane estuvo implicada en los delitos de su padre, se la habría descartado con pleno derecho, pero creo recordar que era menor de edad cuando Kincaid entró en prisión. Vivió sola con su madre prácticamente desde que nació. Ya que vamos a dar datos sensibles de una agente, datos que no tenemos por qué conocer dado que los expedientes son privados, vamos a contarlo todo, ¿no te parece? —apostilló con severidad. Ayane se la imaginó fulminando a Riley con su mirada oscura.

—Insisto en que va a verlo a prisión —se empecinó la agente—. Seguro que lo hace bajo la excusa de interrogarlo sobre los crímenes que aún no ha confesado para no levantar sospechas. Esa mujer no es trigo limpio, ya os lo digo, y no soy la única que lo piensa. Si lo fuera, quizá Wray le habría dado la misión a ella por todo eso de que sabe idiomas y conoce el mundillo BDSM. Otro dato que sustenta mi teoría, por cierto. Hace falta estar mal de la cabeza para que te guste el sadomasoquismo.

CLANDESTINO: Esta noche serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora