Capítulo 14

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Se enderezó nada más recibir su mirada inquisitiva, igual que una niña que esperaba una reprimenda.

—Esta no es la Cabina Roja —acotó Black Russian con aspereza.

Pero porque era áspero, no porque esa fuera su intención.

Nada parecía lo bastante importante para cabrearlo.

—¿Cómo que no? Pues es aquí a donde me han traído —contestó ella, acariciando con los dedos el borde de la mesa sobre la que seguía cruzada de piernas—. Así que, como puedes ver..., me he puesto cómoda.

Sospechaba que la pequeña mentira le acarrearía un castigo al auxiliar de turno, pero ni siquiera pudo pensar en la pobre criatura cuando Black Russian cerró la puerta a su espalda y echó el pestillo, un acto cargado de significado que le puso el vello de punta.

Se acercó tanto a ella que la sensación de vértigo inicial se acentuó. No pudo sino contener la respiración cuando se inclinó peligrosamente cerca de sus labios.

¿Iba a besarla?, se alarmó.

No, por supuesto que no. Solo se dobló para abrir un cajón y sacar algo misterioso.

—No sabía que eras tú quien se encargaba de entretener a los que se rajan de las veladas... —su voz se fue apagando al oír el leve golpe en la mesa. Black Russian acababa de colocar junto a su cadera un bote de... ¿crema de aloe vera? La extrañeza le hizo preguntar una obviedad—. ¿Qué es esto?

Él ya se había dado la vuelta para dirigirse al aparador de las bebidas. Y aunque habló con su displicencia habitual, Ayane reaccionó con entusiasmo porque hubiera reparado en un estúpido detalle:

—Te has quemado los hombros.

—He echado un buen rato en la playa de Haad Rin y se me ha olvidado ponerme protección. Y a propósito de eso —añadió con el dedo en alto, en tono desenfadado—, allí me he enterado de que se celebra una fiesta legendaria por estos lares, la de la Luna Llena. Había un grupo de relaciones públicas promocionándola e invitando a los bañistas a quedarse en sus hoteles para vivir la experiencia. ¿Por qué no nos habéis hablado de ella? —Se cruzó de brazos, enfurruñada—. Parece un plan divertido para los invitados de Fuego y Sangre.

—Puedes ir. Cada asistente tiene la libertad de faltar a las veladas cuando le plazca.

—¿Pero no es habitual? Porque no quiero ir sola, y mi sumiso no es lo que se dice... fiestero —añadió por lo bajini.

No tuvo ni que fingir la irritación.

—¿Y qué es, aparte de violento?

Su réplica desinteresada la pilló con la guardia baja. ¿Habría presenciado los azotes desde un punto estratégico desde el que nadie había podido verlo?

¿Con qué fin lo había preguntado?

—¿Te molesta que le hayan hecho daño a tu muñeca preferida? —lo provocó.

Black Russian la miró por encima del hombro con una socarronería al más puro estilo ruso, más imaginaria que realista y por eso mismo excitante. Mientras, se fue desabotonando la camisa.

La sonrisa juguetona de Ayane se tambaleó.

No era descabellado que se pusiera cómodo. Acababa de llegar al bungaló donde trabajaba. Pero la escena le resultó tan cotidiana, como un marido que regresaba del trabajo y se sacaba los zapatos entre suspiros, que por un instante la dominó la confusión.

«Es por la estúpida fantasía de anoche», le restó importancia. «Se te pasará».

—Me temo que estoy mayor para jugar con muñecas —respondió con voz neutra—, si es que has venido para eso.

CLANDESTINO: Esta noche serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora