Capítulo 12

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Al día siguiente, Ayane se preparó para salir en busca y captura de huellas que la llevaran hasta las dos jóvenes. Kingfisher y ella habían acordado levantarse temprano para visitar las bibliotecas y recabar datos de las desapariciones en Koh Phangan en los últimos dos años. Así tal vez pudieran encontrar coincidencias con otras víctimas.

Ayane rezumaba entusiasmo. Estaba ansiosa por ponerse en marcha. Tenía muy buenas vibraciones, y, además, a nadie le extrañaría que su sumiso y ella no participaran en las excursiones turísticas que se programaban a lo largo del día. Eran muchas las parejas que hacían sus propias rutas o se quedaban en los bungalós reuniendo fuerzas —o poniéndolas a prueba aún más— para la velada nocturna.

El único problema era la actitud de Kingfisher. Seguía ofendido por la actitud de Ayane en el dormitorio, pero no sentía que debiera disculparse. ¿Acaso no se tuvo merecido que se burlara de él? No había hecho ningún esfuerzo por tratarla con respeto. Es más; comenzó una guerra en la que ella nunca había querido participar.

Si algo le había enseñado convivir con Jace, era que, por fuerza, uno de los dos involucrados en una discusión debía dar el brazo a torcer para solucionar el desastre. A Ayane no le importaba ser quien guiara la conciliación con su marido porque lo quería y era una de sus responsabilidades matrimoniales, pero ¿hacer el esfuerzo con Kingfisher?

Clavó la vista en la precaria carretera de tierra que los conduciría a la biblioteca, enemistada con la posibilidad de disculparse.

Habían alquilado un coche para los dos.

Kingfisher iba sentado a su derecha.

No le gustaba el silencio, y menos uno tenso como aquel, pero tenía mejores cosas de las que preocuparse que del enfado de su compañero.

Como, por ejemplo, de dos veinteañeras arrancadas de sus hogares.

O de que la invadían los remordimientos cada vez que pensaba en Jace, y no porque la noche anterior se hubiera divertido gozando de la atención de Black Russian.

Después de pavonearse por el recinto y participar en distintas sesiones, fue a asearse en la intimidad de su bungaló. Estando bajo la ducha, Ayane había cerrado los ojos y se había llevado la mano a la entrepierna. Todavía estaba excitada por lo que había visto y oído, y pensó que una agradable manera de purgarse pasaba por colmarse de caricias con la imagen de Jace.

Separó los muslos y se apoyó en la pared mientras se frotaba el clítoris, al principio con delicadeza, y luego cada vez más frenéticamente. Estaba sonriendo al imaginar que eran las manos de Jace las que la rozaban, que su cuerpo la cubría por entero, cuando su rostro se emborronó y fue sustituido por otro.

Uno sustraído de un recuerdo muy reciente.

De pronto, era Black Russian quien la miraba a la cara como si quisiera conquistar hasta el último de sus pensamientos y daba un sorbo distraído a su copa sin dejar de masturbarla.

Ayane había abierto los ojos abruptamente, desconcertada porque su mente hubiera tomado aquellos derroteros. Retiró la mano de su cuerpo para castigarse por el atrevimiento de fantasear con otro hombre, pero su sexo se resintió por la falta de mimos y no pudo evitar juntar los muslos para apaciguar el ardor.

Aunque giró el grifo del agua fría y se forzó a alejar el recuerdo de Black Russian, su piel siguió quemándola, negándose a colaborar. Se dijo que era porque había bebido más cócteles de la cuenta, porque había presenciado prácticas sexuales guiadas por profesionales cuyo erotismo aún resonaba en su piel sensible. Convencida de que visto así no tendría nada de malo buscar el orgasmo, Ayane volvió a darse la atención que quería frotándose descaradamente con la alcachofa de la ducha.

CLANDESTINO: Esta noche serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora