Capítulo 7 [PARTE II]

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—Ajá... No me sorprende. Los rusos siempre lo hacéis todo a lo bestia, ¿no? Porque supongo que eres ruso... Black Russian. No fuiste muy original al ponerte nombre, ¿eh? Califa me lo ha chivado, tranquilo. Todavía no soy adivina.

Él apartó su propio cigarrillo de los labios después de dar una calada. Retuvo el humo tóxico en los pulmones mientras la miraba con fijeza y una especie de complacencia burlona. Parecía que le gustara lo que veía, pero no le mereciera ningún respeto.

—No eres muy hablador, ¿eh? —se burló ella por lo bajini. Colocó la larga boquilla de cartón entre los labios—. ¿Tienes un mechero?

Black Russian dio un paso hacia ella. Ayane habría retrocedido de inmediato, más intimidada que molesta porque se tomara las confianzas, si no hubiera tenido que demostrarle que merecía una invitación. Él no pretendía tocarla. Solo se inclinó con su propio cigarrillo en los labios y encendió el de ella dando una calada con el extremo prendido pegado al apagado.

En cuanto el truco de magia surtió efecto, Black Russian recuperó su lugar apoyando las caderas contra la carrocería del Mustang.

Ayane sentía que no quería hablar con ella. Que, de alguna manera inexplicable, él la despreciaba incluso sin conocerla. Que la encontraba vulgar, insignificante, apenas una cara bonita. Eran demasiadas deducciones para tener en cuenta cuando ni siquiera había abierto la boca más de dos veces; deducciones sorprendentes viniendo de una mujer segura de sí misma, pero su forma de mirarla le producía sensaciones contradictorias. La ofendía. También le daba curiosidad. En parte, la estimulaba, como si en su presencia tuviera que ser su mejor versión.

Era tal y como los yanquis describían a los rusos. Tenía el pelo liso y de un rubio platinado, largo por encima de los hombros y peinado con la raya en el medio, pero se retiraba los mechones más molestos colocándolos detrás de una oreja. Parecía Kurt Cobain, solo que menos melancólico. Era pálido, sin una sola peca o lunar; tan solo lo manchaba la tinta de los tatuajes en las manos, los brazos y seguramente más partes del cuerpo cubiertas por orden cívica.

Porque si no fuera por orden cívica, pensaba Ayane, aquel hombre no sería un hombre, sino un salvaje. La ropa era lo único que le ayudaba a pasar desapercibido, porque su silencio amenazante y los ojos de depredador lo delataban como un bestia peligrosa, pero muy bien entrenada para pasar desapercibida.

Ayane se recostó en el coche de enfrente, en el lateral del todoterreno que la devolvería al hotel. Así quedó frente a él, separados por apenas un metro y medio de distancia. Ambos fumaban reposadamente con la mirada pegada a la del otro. Black Russian no decía nada, pero era consciente de su presencia y quería que Ayane lo supiera.

—Parece que te gustó mi sesión —comentó ella, y observó su reacción.

La risa le tiró de una de las comisuras de los labios. Ladeó la cabeza hacia la salida de los vehículos para expulsar el humo del cigarrillo. A Ayane le molestó que le resultara tan sencillo ser condescendiente sin abrir la boca, pero volvió a la carga con el propósito de que confiara en ella; de que creyera que era inofensiva.

—He aprovechado que estoy tomándome un año sabático y que a mi pareja le han tocado las vacaciones para hacer una ruta por todos los clubes de Norteamérica. Yo me aficioné a esto siendo muy joven, cuando todavía estudiaba en la universidad, y por suerte encontré a alguien que compartía mis intereses. —Apartó el cigarrillo de los labios y se quedó pensativa, obviando por un momento el papel que representaba—. A veces eso es lo único importante, ¿no? Conocer a una persona con la que encajas. Una persona que quiere lo mismo que tú. Incluso si eso que quieres es... un azote de vez en cuando. No todo el mundo está dispuesto a satisfacer un deseo tan inocente. Tú mejor que nadie debes saberlo.

CLANDESTINO: Esta noche serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora