Capítulo 9 [PARTE I]

273 82 11
                                    

Cuando llegó al apartamento donde vivían, no abrió la puerta enseguida, abrumada por un ataque de inseguridad que no había contemplado. Ni siquiera sacó las llaves. Se quedó de pie sobre el felpudo, que tenía un gracioso mensaje —«Mierda, ¿otra vez tú?»—, con la mente en blanco y una desolación que la había estado obligando a tirar de su cuerpo como si de una carga se tratara.

Oyó la música del interior, señal de que Jace estaba allí, y se estremeció de pena.

Estaba tan entusiasmada con la misión y lo que significaría para su carrera que no se había parado a pensar demasiado en la parte negativa. Ahora creía no tener derecho, pues se lo había buscado ella sola por simple ambición. Si algo sabía, era que las mujeres no podían ser ni unas arribistas, ni unas trepas; debían permanecer en casa con su marido. Y, por una parte, era tentador; no porque fuera a ahorrarse el peligro, que siempre la hacía sentir viva, sino porque quería, deseaba, necesitaba estar con Jace.

¿Y si lo impensable ocurría y se enamoraban de otras personas? Apostaba por que Jace se había hecho las mismas preguntas. Él tampoco era inseguro o particularmente celoso, pero Ayane se ponía en su lugar y quizá hasta habría gestionado la situación mucho peor. De solo imaginarlo mirando a otra mujer como la miraba a ella, se ponía enferma.

Apoyó la frente en la puerta y cerró los ojos con la esperanza de tranquilizarse antes de entrar. No podía permitir que Jace la viera en ese estado. Al día siguiente tomaría un vuelo con escalas destino Koh Samui. Era tarde para demostrar que temía que la operación le viniera grande, que la aterraba haberse acostumbrado tanto a la presencia de Jace que no lograra sobrevivir a la adversidad sin su ayuda.

Ella solía ser una persona tan independiente que pecaba de fría. Siempre se había enorgullecido de no haber sufrido las aparatosas rupturas que moldearon el carácter de sus amigas de la universidad, de no haber necesitado llamar a su madre para pedirle un favor, ni siquiera en los peores momentos; de no responder ante nadie. ¿No podía volver esa Ayane para arrancarle las dudas del cuerpo?

No soportaba sentirse débil.

Como si Jace hubiera oído sus pensamientos, la puerta se abrió muy despacio, dándole tiempo a ella a enderezarse. Su marido llevaba el torso al aire y los pies descalzos; solo vestía unos pantalones de baloncesto anudados a las caderas. Estaba despeinado y, a juzgar por su expresión contenida, también decidido a no admitir que tenía tanto miedo como ella.

Pero la abrazó de todos modos y la atrajo hacia el interior, a sabiendas de que ambos lo necesitaban. Le rodeó la nuca con la palma y con la otra le acarició la espalda de arriba abajo.

No hacía falta decir nada. Ya sabían que Ayane se iba.

Permanecieron en silencio, escuchando la canción de fondo, hasta que Ayane creyó haber recuperado las fuerzas. Se miraron a los ojos nada más separarse. Jace le apartó un mechón de pelo negro y se inclinó para besarla entre las cejas, los párpados y, por último, en los labios. Ayane correspondió el tierno contacto entreabriendo la boca. Suspiró antes de echarle los brazos al cuello y pegarse a su cuerpo.

Tenían que hablar, se dijo, pero en cuanto el calor de su torso atravesó la chaqueta que llevaba puesta y sus lenguas se rozaron en un beso urgente, Ayane perdió el dominio de sí misma y decidió que nada era más importante que el «te quiero» silencioso que se declaraban sus cuerpos.

La americana azul marino cayó al suelo después de que Jace la deslizara por sus brazos. El beso, al principio tierno, se tornó febril para cuando él llevó las manos a la cremallera de sus vaqueros. Tenía una forma caótica de desvestirla, curioso viniendo de un hombre tan organizado: no seguía el orden lógico, de pies a cabeza o de cabeza a pies. Le arrancaba lo primero que veía, como si no pudiera esperar ni un segundo más.

CLANDESTINO: Esta noche serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora