Especial | Noviembre de 2008

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El cielo despejado se cubrió de estrellas antes de que los chicos se diesen cuenta.

Era 2008, el inicio del último año de instituto de TK, Kari, Davis y Ken, por lo que los elegidos empezaban a estar más ocupados que antes. El verano se había ido demasiado rápido, el frío había llegado antes de lo que a Kari le hubiese gustado, y las hojas empezaron a teñirse de marrones, morados y burdeos tan repentinamente que, cuando quisieron darse cuenta, ya estaban a finales de noviembre.

—¡Es tardísimo! —chilló Yolei, poniéndose en pie desde las gradas del campo de fútbol del instituto al que ya había dejado de ir—. ¡Mañana tengo que entregar un trabajo en la universidad!

—¿Y todavía no lo has terminado? —preguntó TK.

Su amiga ya se encontraba bajando el último escalón antes de que terminara la pregunta. Llevaba el pelo recogido en una larga trenza que le llegaba hasta la cintura, las gafas mal colocadas y una bolsa de tela en la mano izquierda. Se detuvo para mirarlos, apurada.

—¡Todavía no lo he empezado! —dijo—. Oh, Dios, Kari. ¡KARI!

La aludida dio un brinco desde las gradas, al lado de TK, con el cuerpo encogido y los ojos bien abiertos.

—¿Qué pasa?

—¡Hikari Yagami! ¡Acompáñame a casa! ¡Necesito que me ayudes con el trabajo!

—¿Yo? —La menor de los Yagami se llevó un dedo al pecho, desconcertada—. ¿Cómo quieres que te ayude con un trabajo de la universidad?

—Estoy muy estresada. ¿Sabes lo difícil que es organizar trabajos cuando estoy estresada?

—No se te notaba estresada cuando te estabas carcajeando por el vídeo que les enseñé antes —intervino Davis, que masticaba chucherías que llevaba en una bolsa de papel.

Yolei le dedicó una mueca de desprecio que Davis le devolvió.

—Me distraigo rápido, ¿vale? —se excusó, antes de volver a Kari—: Además, tienes que ayudarme con una cosa.

Lo último lo había dicho casi en un susurro.

Kari intercambió una mirada con TK. El chico le sonrió con ternura mientras se encogía de hombros.

Estaban completamente solos en el campo de fútbol. Las gradas vacías se extendían en redondo a su alrededor, con los focos encendidos ocultándoles las estrellas sobre sus cabezas. Cody se había marchado a casa hacía un par de horas, mientras que Ken no había podido verse con ellos esa tarde. Yolei se acercó justo después de la universidad.

La mayor subió corriendo los escalones de nuevo, para acercarse a Kari, darle la mano y obligarla a bajar con ella. Kari tuvo tiempo de recoger su mochila a duras penas.

—¡Yolei, espera! Me vas a tirar —reía.

Davis y TK se pusieron en pie.

—Yolei, espéranos —dijo Davis, que cerraba la cremallera de su mochila tras guardar la bolsa de golosinas en ella—. Vives en el mismo edificio que TK.

—Necesito estar con Kari a solas para contarle algo. Cosas de chicas. —Le guiñó un ojo y dobló la esquina con su amiga a rastras, que continuaba riendo.

TK metió las manos en los bolsillos de los pantalones del uniforme, y Davis se cruzó de brazos mientras intentaba quitarse, con la lengua, un pedazo de goma con sabor a fresa de los dientes.

—Será tonta —murmuró el moreno—. ¿Qué será tan «de chicas» que no puede contarnos? Qué tontería.

—Ya sabes cómo es —dijo TK, que empezó a bajar los escalones—. Seguramente estará planeando algo a nuestras espaldas, o a las espaldas de Ken. Puede que para Navidad. A lo mejor no quiere que te enteres para que no se lo cuentes.

Takari: A pesar de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora