Julio | Libre

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Un torrente de lluvia gélida impactó sin remordimientos contra la arena. Las gotas empaparon la parte seca de la playa mientras las nubes negras se congregaban sobre sus cabezas, en remolinos que parecían ir cerrándose sobre sí mismos hasta hacerse, a la vez, tan pequeños y tan inmensos, que parecían cubrir todo el cielo y, al mismo tiempo, centrarse tan solo en aquella playa diminuta de aquella isla diminuta. El contraste de la lluvia con las lágrimas calientes sobre sus mejillas no distrajo a Kari lo suficiente como para que su atención se olvidase de mirar hacia el horizonte de aquel mar oscuro. La ropa empapada se le pegaba al cuerpo, y apenas podía ver a través de las gotas de agua.

–¡TK! –El sonido de la lluvia contra el muro de hormigón que parecía aquel océano opacó sus gritos–. ¡Hermano! ¡Gatomon! Y...

Un estruendo ensordeció sus oídos. Una luz intensa y fugaz la obligó a cerrar los ojos por un segundo y a pestañear varias veces, antes de mirar a su alrededor.

–¿Un rayo? Tai...

–En eso estoy de acuerdo con él.

Sobresaltada, giró sobre su propio cuerpo para encontrarse de frente con Yung. Abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras. Por mucho que lo intentase, de pronto, no era capaz de articular ninguna. La mirada de Yung se paseó entre su rostro confuso y el océano, como si a él también le estuviese costando hablar.

–Con Takaishi –dijo al fin–. Estoy de acuerdo con Takaishi en que no puedes depender siempre de tu hermano, ni de él, ni de Gatomon, ni de nadie.

Kari tragó saliva. Sus labios le respondieron por fin.

–No dependo de nadie.

–Todavía dejas que tus emociones dependan de los demás. De cómo estás conmigo, de qué te dice Takaishi, de lo que hace tu hermano.

El dolor punzante que se instauró en su cabeza en un segundo no le dejó pensar en una respuesta. Cerró los ojos y se llevó las manos a la cabeza para apretársela con fuerza, en un intento por apaciguar el dolor.

–¿Quién grita? –Inquirió.

–Nadie grita, Kari. Estamos solos tú y yo en esta playa.

Ella negó con la cabeza.

–Alguien grita. Alguien... Alguien está gritando.

Apretó los dedos con más fuerza. El torrente de lluvia seguía colisionando contra el muro de agua, y provocaba que el profundo olor a sal se mezclase con el olor a petricor que traía aquella lluvia de verano.

Pero, aunque no dejaba de intentarlo, continuaba escuchando el grito ahogado de alguien a lo lejos. La desesperación, la agonía, el terror que emanaban de lo más hondo de algún corazón al que no podía llegar, se fundía con facilidad con el sonido de las cientos de miles de gotas cayendo. Pero no importaba cuánto tratase de entender quién gritaba, porque no había manera de acallar todo el ruido en derredor para escuchar el grito con claridad.

Lo único que tenía claro era que necesitaba ayuda.

Y ella no podía dársela.

–Gatomon... Gatom...

Y entonces cayó en la cuenta. Abrió los ojos para clavar la mirada en la arena mojada y oscura. Trató de recordar la corta conversación que había tenido con Yung, y también las muchas otras que habían ido teniendo a lo largo del último año, pero en ninguna conseguía recordar que, siquiera, hubiera mencionado a Gatomon ni a los digimon. Elevó la mirada hasta los ojos de Yung, que parecían más oscuros de lo normal bajo el manto de las nubes negras. El cabello azabache se le había pegado a la sien, al igual que su habitual ropa oscura, y el reflejo de alguna luz que no sabía de dónde venía se esforzaba por aportarles algo de vida a aquellos ojos que casi no parecían los suyos.

Takari: A pesar de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora