Junio | Más inmensa que el cielo

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–Yagami.

–Kari, ¿me oyes?

–¿Se dio algún golpe en la cabeza?

–No, creo que no.

–¿Yagami?

Luz.

Kari trató de abrir los ojos, pero una luz intensa le impidió separar del todo los párpados. Le dolieron las cuencas, y tuvo que esforzarse por no gemir cuando este se extendió hasta su cabeza.

–Kari, por fin. ¿Estás bien?

Reconoció la voz de su compañera de baile Ayame.

–Hola, Hikari Yagami –una mujer de rostro redondo y cabello fino apareció en su campo de visión y le apuntó con una luz al iris. Cerró los ojos con fuerza ante la impresión, y después se obligó a abrirlos para facilitarle el trabajo a la mujer–. Te desmayaste en clase de baile y estás en la enfermería del instituto. ¿Cómo te encuentras?

El dolor de cabeza pareció traer consigo un mareo y un pitido agudo en su oído izquierdo que hicieron que se llevase una mano a la cabeza. Intentó incorporarse, pero la enfermera la detuvo.

–Será mejor que descanses bien antes de levantarte –le dijo–. ¿Puedes hablar? ¿Recuerdas algo?

Kari miró a su alrededor: Ayame la observaba con el rostro afligido, las cejas decaídas y las uñas carcomidas por los nervios. Sintió que las paredes blancas de la enfermería le taladraban la cabeza con la luz del techo reflejándose en ellas con fuerza. Intentó tragar saliva. Tenía la garganta seca y, aunque no estaba segura de que le fuera a salir la voz, respondió:

–Sí. Me siento un poco mareada, pero estoy bien.

La enfermera se mordió el labio con cierta duda. Puso los brazos rechonchos en jarra y alternó su mirada entre ella, Ayame, y el paisaje que se veía a través de la única ventana de la sala. Finalmente, se detuvo en Kari.

–Todavía estaré por aquí veinte minutos más. ¿Quieres que llame a tu casa para que vengan a por ti?

–No –se apresuró a responder–. No es necesario. Me voy encontrando mejor.

–¿Has comido hoy? ¿Te duele algo?

–No, no me duele nada –mintió–. Es solo que... –no sabía cuál había sido el motivo de su desmayo, si es que había un motivo, pero buscó cualquier excusa con la que convencer a la mujer–. Es solo que estoy con el período y tengo falta de hierro.

El gesto preocupado e inseguro de la enfermera se tornó comprensivo.

–Claro, entiendo –miró el reloj de su muñeca–. Te dejaré aquí, entonces. Pero que tu amiga o el chico que está fuera te acompañen a casa, por favor. Y come algo antes de irte. Voy a traerte un vaso de agua.

–Sí, gracias.

Kari se incorporó cuando la mujer desapareció detrás de la cortina que separaba su cama del resto de la enfermería. Ayame se sentó a su lado y se miró las uñas mordisqueadas con culpabilidad. Después, la miró a ella con la misma expresión.

–Yung está fuera –le dijo–. Te desmayaste en mitad de clase y te trajimos, pero solo podía entrar uno contigo. ¿Estás mejor? ¿Necesitas algo?

–Estoy bien –sonrió.

–Es que... –chasqueó la lengua– se me hace tarde. Me tengo que ir. Sé que ya no estás saliendo con él y que debe ser incómodo para ti, pero mi padre me va a matar como no llegue a tiempo –juntó las manos delante de su pecho–. Lo siento, lo siento, lo siento. ¿Te importa si te acompaña Yung a casa?

Takari: A pesar de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora