Mayo | Protegerte

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TK cerró la puerta del baño con seguro y apoyó su espalda sobre la madera. Frente a él, su propio reflejo en el espejo lo miraba con lástima y angustia. Últimamente no le gustaba verse, así que desvió la vista hacia sus manos temblorosas y trató de tranquilizarse. Pero estas no parecían responder a sus órdenes. Se sentó sobre la tapa del retrete y apoyó los codos sobre sus rodillas para dejar caer la cabeza entre sus manos. Clavó la mirada en los azulejos blancos y observó sin interés las manchas de las pisadas de las personas más descuidadas que habrían pasado por ese baño antes que él. Se frotó la cara. Por mucho que intentase actuar con normalidad delante de los que afirmaban seguir siendo sus amigos, no era capaz de soportar una sola conversación sin que las manos le temblasen y sin que comenzase a tener sudor frío. Y se sentía estúpido.

Se quitó el sombrero y se pasó la otra mano por el pelo. Kari acababa de llamarlo por su nombre. Pero, ¿por qué lo había hecho? ¿Por qué había tratado de hablar con él, si hasta entonces apenas le dirigía la palabra? ¿Por lástima?

Cerró los ojos.

No quería llorar, porque lo único que le faltaba era dar la nota en el cumpleaños de Izzy y de su hermano. Había ido porque sentía que tenía la obligación de hacerlo, y porque la señora Fukui le había convencido de que era una buena forma de distraerse y de tratar de divertirse. Pero a él le costaba mucho divertirse, y estaba claro que no se estaba distrayendo lo suficiente.

Se puso en pie con un suspiro y se colocó frente al lavamanos. Clavó la mirada en los azulejos de la pared para evitar mirarse al espejo y se colocó el sombrero en su sitio. Cody le había dicho que era su amigo. Le había insistido, una vez más, en que podía confiar en él. Pero él no hacía más que evitarlo. Inspiró hondo para armarse de valor y se miró a los ojos. La señora Fukui tenía razón: el único que estaba provocando todo aquello era él. Sus amigos se ofrecían a seguir con él, a continuar con normalidad, y él no era capaz de mantener una conversación con ellos. Además, ¿a qué venía el cambio en el comportamiento de Kari? Él no había hecho nada por cambiar eso.

Tres golpes a la puerta lo sacaron de sí mismo.

–¿Te falta mucho? –TK no reconoció esa voz– Necesito entrar.

–Ya salgo –dijo.

Se lavó la cara con agua fría, se la secó con una toalla y abrió la puerta. El batería de la banda de su hermano se tambaleaba delante de él.

–Ya era hora, Chibi Yamato.

TK salió del baño y el chico entró. Kari y Cody seguían en el mismo sitio. Abrió la boca para decir algo, pero no fue capaz de articular palabra.

–¿Te encuentras mejor? –Kari le habló con dulzura. Con una dulzura con la que llevaba meses sin hablarle.

–Sí –asintió con la cabeza–. Lo siento.

–No tienes que disculparte por nada –añadió Cody.

Pero sí tenía que disculparse por muchas cosas.

Tragó saliva y, de nuevo, se armó de valor para hablar.

–Yo lo...

–TK –su hermano apareció detrás de sus amigos–. Kari, Cody, vamos a llamar a Mimi. ¿Vienen?

TK cerró la boca y sonrió.

–Sí –siguió a su hermano a través del pasillo.

Kari y Cody se miraron antes de seguirlos también.

La mayoría de los elegidos se había reunido en la cocina. Sora extendió su brazo todo lo que pudo para mostrar lo mejor posible a sus amigos. En la pantalla de su teléfono, la luz de las primeras horas de la mañana se colaba por la ventana de la habitación de Mimi e iluminaba su sonoro bostezo. Todavía llevaba puesto su pijama rosa.

Takari: A pesar de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora