Mayo | Falta de comunicación

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–¿Y tú, Matt? Tengo entendido que ya vas a la universidad.

Satoru Hoshishima le dedicó una mirada rápida a Natsuko Takaishi. El chico también miró a su madre antes de volver con su comida.

–Sí.

–¿Qué estudias?

–Psicología.

–Pero él quiere dedicarse a la música –añadió TK con el vaso de agua en la mano. Su hermano mayor se contuvo para no pellizcarle por debajo de la mesa.

–¿De verdad? –El hombre sonrió– ¿Tocas algún instrumento?

–Toca en una banda desde que está en el instituto –explicó su madre–. Siempre se le dio bien la música.

–¿Y no quisiste estudiarla?

–Estudiar música es muy caro –dijo. A su lado, su hermano jugueteaba con la comida de su plato mientras se esforzaba por comer más de lo que le pedía el cuerpo–, y no nos va nada mal con la banda. La Psicología siempre será mi segunda opción, pero la tendré ahí por si acaso.

–Claro –el hombre asintió con la cabeza–. Es difícil crearse una carrera relacionada con el arte y mantenerla. Hay que tener suerte.

–Sí. Por desgracia, es más necesaria la suerte que el talento.

–No lo dudo. A Yung le gusta mucho bailar –el aludido levantó la vista de su plato. Su ojos inexpresivos se dirigieron al plato de ensalada que había en el centro de la mesa–, aunque no sé si querrá dedicarse a ello.

Yung dedicó una mirada rápida a su padre con los cubiertos en la mano.

–No creo que la suerte y yo nos llevemos muy bien –antes de que el comentario se volviese incómodo, continuó–. No lo sé. Me gustan muchas cosas y todavía me queda un año para decidirme. Por suerte –dejó escapar una pequeña sonrisa cuando se encontró con los ojos de Natsuko. Ella le correspondió.

–Es pronto aún –dijo–. Tienes tiempo para pensarlo. TK, ¿puedes traer más salsa de soja?

El chico se levantó de la mesa con un asentimiento. Se acercó al frigorífico y lo abrió para sacar la botella con la salsa, pero tuvo que aferrarse a la puerta para no caerse. Las paredes a su alrededor comenzaron a darle vueltas, y el sonido de los palillos contra la vajilla y de las voces de sus acompañantes se volvió lejano y opaco. Inquieto por si alguien se daba cuenta, trató de disimular y cerró los ojos con fuerza para recuperar la compostura. Los volvió a abrir. Un sonido agudo se instauró en sus oídos, pero su alrededor parecía volver a la normalidad con lentitud. Con sumo cuidado de no derramarlo, vertió un poco del líquido oscuro en un tazón antes de regresar la botella a la nevera. Se tomó unos segundos sobre la encimera para que la sala dejase de dar vueltas y para que desapareciera el pitido de sus oídos. Cuando creyó poder oír la conversación a su espalda con más claridad, agarró el tazón con una mano, se sostuvo a la encimera con la otra y se dio la vuelta con la intención de volver a la mesa.

Yung se levantó justo a tiempo para sostenerlo cuando perdió el equilibrio por un momento, con la mala suerte de que su ropa recibió de lleno la salsa de soja. TK abrió la boca mientras recuperaba el control de su propio cuerpo.

–TK, ¿estás bien? –Su madre apareció a su lado.

–Sí –respondió de manera automática. Yung todavía le sostenía–. Perdón. Me tropecé.

Su madre chasqueó la lengua.

–Últimamente estás en las nubes, hijo –le quitó el tazón de las manos y lo dejó sobre la encimera–. Se te han manchado hasta los pantalones, Yung. Ve a prestarle algo en lo que limpio todo esto.

Takari: A pesar de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora