Flexibilidad

11 1 0
                                    

     La idea de coger un taxi fue de Annabeth. Allí, observaron que la tarjeta de crédito que les dieron en el casino tenía infinito de dinero.

     Durante el trayecto hasta el embarcadero de Santa Mónica, pudieron conversar un rato con tranquilidad, en dónde Percy les habló sobre su sueño.

—¿Qué piensas? —Preguntó el semidiós, al ver los ojos de Annabeth abrirse como platos.

—Eh... nada. Sólo que... No, tiene que ser Hades. Quizá envió al ladrón, esa persona invisible, por el rayo maestro y algo salió mal-.

—¿Cómo qué?

—No... no lo sé, pero sí robó el símbolo de poder de Zeus del Olimpo y los dioses estaban buscándolo... Me refiero a que pudieron salir mal muchas cosas. Así que el ladrón tuvo que esconder el rayo, o lo perdió. En cualquier caso, no consiguió llevárselo a Hades. Eso es lo que la voz dijo en tu sueño, ¿no? El tipo fracasó. Eso explicaría por qué las Furias lo estaban buscando en el autobús. Tal vez pensaron que nosotros lo habíamos recuperado. —Annabeth había palidecido.

—Pero si ya hubieran recuperado el rayo, ¿por qué habrían de enviarme al Inframundo?

—Para amenazar a Hades, —Sugirió Grover. —para hacerle chantaje o soborno para que te devuelta a tu madre.

Percy soltó un silbido.

—Menudos pensamientos malos tienes para ser una cabra.

—Vaya, gracias.

—Pero la cosa del foso dijo que esperaba dos objetos. Si el rayo maestro es uno, ¿cuál es el otro?

Grover meneó la cabeza y Annabeth le observaba como si ya supiera su siguiente pregunta. Por otro lado, Tiara, quién se había sentado en el lado del conductor, se mantenía callada.

—Tú sabes lo que hay en el foso, ¿verdad? Vamos, si no es Hades.

—Percy... no hablemos de ello. Porque si no es Hades... No, tiene que ser Hades.

—Lo importante ahora es llegar a Santa Mónica, ¿de acuerdo? —Intervino Tiara, mirando hacia atrás. Parecía la madre de los tres en aquellos momentos. —No servirá de nada pensar en todo eso sin tener todas las piezas del puzle.

Ninguno respondió, sabiendo que la chica tenía razón.





     Al anochecer, el taxi los dejó en la playa de Santa Mónica. Allí había atracciones en el embarcadero, palmeras junto las aceras, vagabundos durmiendo en las dunas y surferos esperando la ola perfecta.

—¿Y ahora qué? —Preguntó Annabeth tras llegar a la orilla del mar.

El Pacífico se estaba tornando dorado debido a la puesta de sol. Tiara se cruzó de brazos y cerró los ojos, disfrutando la brisa marina chocar con su cara.

—¡Percy! —Ante la exclamación de Annabeth, Tiara abrió los ojos. —¿Qué estás haciendo?

El semidiós se había metido en el agua e ignoraba los reproches de la rubia.

—¿No sabes lo contaminada que está el agua? —Continuó la hija de Atenea. —¡Hay todo tipo de sustancias tóxicas!

—No le dañaran al ser hijo del dios Poseidón. —Respondió Jacek calmadamente.

Annabeth observó a Tiara, algo insegura, pero después asintió, confiando en su palabra.

     Percy volvió a la superficie al cabo de un rato. La primera en acercarse a él fue Tiara, cuyos ojos estaban volviéndose marrón de nuevo.

Nymphology - Percy Jackson & The OlympiansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora