3. Oferta

137 7 0
                                    


"Me fui de la mano con el pecado a caminar 
Quise preguntarle pa' qué me viene a visitar 
Que si está bien, que si está mal
Qué va después de hacer la maldad..."

"La entrevista" Cami


—Señorita Leia —dice, y mi nombre en su boca suena como algo artificial e inexistente. No es la primera vez que tengo esta sensación cuando alguien desconocido pronuncia mi nombre por primera vez—. Está aquí porque le quiero ofrecer un trabajo. —Se queda mirándome a la espera de que le responda algo, pero estoy muy nerviosa y no sé qué tengo que decir. Solo quiero que me explique lo que se espera de mí y cuánto se me pagará —que es lo que más me importa—.

Ha debido de entender que no voy a hablar y continúa:

—Necesito que pase entre dos y cuatro horas diarias, de lunes a viernes, en nuestra casa, dependerá del día. Pero su sueldo será cerrado, un importe mensual fijo.

Ahora sí tengo muchas ganas de decir algo, pedirle que me explique más, pero me anticipa:

—He estado averiguando los precios... Y lo que le ofrezco por estar en nuestra casa tan solo unas escasas horas al día son mil euros al mes —me clava su mirada al terminar su breve discurso.

Soy joven, pero no soy tonta. Sé que no es mucho dinero para alguien que vive en este tipo de casa dentro de este tipo de barrio, sé que quiere pagarme sin pasarse, que quiere ahorrar con una chica humilde de un barrio miserable... Pero, aun así, soy muy consciente de que este tipo de sueldo, a mí edad y en mis circunstancias, sería algo totalmente imposible para mí.

Nota el retraso en mi reacción y una falta de emoción en mi rostro y se apresura a indagar más:

—¿No está contenta? —Y, sin dejarme responder, lo hace por mí: —Debería estarlo, porque es lo que cobran las internas que pasan los días enteros cuidando de los enfermos graves, sin librar a penas... Y en su caso...

—Estoy contenta —le interrumpo y le noto molesto; no será algo habitual para este hombre ser interrumpido, y menos por una niñata de quince años...

—Muy bien —concluye, observándome con un evidente desprecio. —Pero no es todo... Si se esfuerza mucho, a parte del sueldo, recibirá un buen extra. Unos quinientos euros adicionales —me taladra con sus pequeños ojos de un color indefinido, y añade: —Ya se lo explicaré, si quiere, con más detalle...

Mil quinientos euros... Siento un fuerte mareo. La habitación parece dar vueltas y busco instintivamente dónde sentarme para no caerme. Pero no hay silla para mí... Recupero el equilibrio y pienso que, tal vez, solo imaginé ese número, y tan solo por eso, encuentro fuerzas para volver a preguntar:

—¿Ha dicho usted mil quinientos euros? —mi voz suena extraña, como si no fuera la mía, como si nunca me hubiera escuchado antes a mí misma.

—Así es, señorita —confirma mientras me observa con una mirada tan intensa y evaluadora que siento como si me estuviera escudriñando. Luego agrega: —Además, sin impuestos. Usted es menor de edad, no puede trabajar legalmente y yo no puedo contratarla de manera oficial... Esto debe quedarse entre nosotros. —Siento que está intentando leer en mi expresión si estoy de acuerdo.

Busco al hombre de negro, pero no está aquí. Debe haber salido sin que me diera cuenta. Lo necesito como si fuera la única persona conocida a la que podría consultar si toda esta conversación es real o tan solo es un ridículo sueño.

—Entonces, ¿le parece bien? —vuelve a preguntarme, sin apartar la mirada.

Estoy a punto de decir que sí cuando me doy cuenta de que no tengo ni idea en qué consiste el propio trabajo. Rezo para que no fuera algo horrible. No tengo capacidad de poder imaginarme todas las atrocidades que sería posible ofrecerle a una chica de (casi) dieciséis años, pero sí sé que podría ser algo que nunca aceptaría.

El jefe entrecierra los ojos, siento que está estudiando cada parte de mi cuerpo, pero sin nada parecido a la atracción, solo me mira como uno está mirando a un muñeco caro que está a punto de comprar para su niño... Me siento muy incómoda, recuerdo las pintas que tengo, la ropa que llevo, odio una vez más mi vida.

—De acuerdo —es él quien interrumpe el silencio, viendo que me he quedado muda—, empecemos pues a hablar sobre lo que tendrá que hacer a diario en nuestra casa... Tengo un hijo —se pausa, mirando ahora sus manos, tenso—, su nombre es Joel. Tiene dieciocho años —se aclara la garganta y continúa: —Joel está enfermo y necesita ayuda. Usted va a ser su ayudante...

Sigue hablando sin contarme qué enfermedad tiene Joel, como si no fuera capaz de pronunciarlo en voz alta. Y yo, como una completa idiota no me atrevo preguntarlo.

—Tendrá que acompañarlo, ayudarle, apoyarlo, protegerlo si hiciera falta...

Él para y yo asiento. Tarda un minuto demasiado largo en volver a hablarme, seco:

—Y tiene que estar dispuesta a darle a mi hijo lo que él la pida. Me entiende...

No, no le entiendo, pero empiezo a sentirme muy nerviosa, intuyendo que las cosas no van a acabar bien.

—En este momento sus relaciones sexuales deben de ser escasas, debido a su enfermedad... —continua, sin mirarme a la cara—. Así que quiero que se sienta satisfecho y que usted le ayude a sentirse así. Se le pagará ese extra de quinientos euros, en el caso de cumplir con esta condición —para en seco, mirándome fijamente.

Noto calor, mucho calor, todo mi cuerpo está ardiendo, sobre todo mi cara. Quiero desaparecer. Esfumarme. ¿Cómo puedo ser tan imbécil? ¿Cómo podía pensar que alguien me ofrecería tanto dinero solo por ser una buena chica? ¿Cómo?, ¡diablos!, ¿cómo? Vuelvo de mi mundo al oír de nuevo la desagradable voz:

—Porque usted ya ha estado con un hombre, ¿cierto?

No pienso responder. No soy capaz ni levantar la cabeza para volver a ver su asquerosa cara. Pero continúa de nuevo, afirmándolo él mismo:

—Me imagino que sí...

Ahora sí encuentro valor para mirarle de frente. Noto que está sonriendo apenas perceptiblemente. Añade, tuteándome de pronto:

—Donde vives, aprenden a hacerlo rápido...

Alzar mi mirada me lleva un esfuerzo sobrehumano. Sonrío de lado, notando mis labios adormecidos, y suelto: —Lo de quinientos euros... ¿también se ha informado sobre lo que cobran las prostitutas?

Me mira sorprendido, con una mueca altiva, y pronuncia, frívolo: —Pues no, cobran menos, créeme.

—Le creo —disparo sin mediarlo—. Parece estar muy puesto en el tema —añado y, sin esperar su respuesta, me doy la vuelta para buscar la maldita salida.


*****

Voy en autobús, apoyando mi cabeza en la ventana, mientras veo pasar una tras otra grandes y bonitas casas, en las que aparentemente viven personas que creen que dominan este mundo. ¿Y tal vez realmente lo dominan? Y a personas como yo simplemente nos toca callar, adaptarnos y ajustarnos...

En mi mente, una y otra vez resuenan sus palabras. No pienso hacerlo. Me parece repugnante que me ofreciera algo así, para su hijo, a sus espaldas, sin siquiera nos conociéramos...

Intento imaginarme a un chico arrogante, prepotente, mal criado. Ninguna enfermedad puede justificar usar a las personas, tener esclavas, ser un cabrón...

"Allí donde vives lo aprenden rápido..." —es así como me ha definido sin saber nada de mí...

El Ojos Negros ha ofrecido llevarme, pero me negué. Ya no quiero tener nada que ver con esta casa y estas personas.

Necesito ese dinero, lloro porque nunca lo veremos, pero hay límites que no puedo traspasar, hay fronteras que espero nunca tener que cruzar en mi vida...

Si me vieras... ( libro #1 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora