19. Hambre y duelo - parte 1

52 7 0
                                    

✨Sonia Sánchez, este capítulo va para ti. Gracias por apoyarme. ✨

"We all have a hunger..."

 a song by Florence and the Machine


Me siento enfadada. No parece el mismo chico del otro día. No me puedo creer que me mande a casa de nuevo. ¿Es alguna especie de prueba? Resoplo con rabia y me siento en la mesa. Hoy no voy a irme. Me lo niego. Que diga lo que quiera, pero no me iré de aquí. ¡Me tendrá que echar de su casa si quiere que me vaya!

Aunque parezco muy convencida, en realidad estoy preocupada e incómoda. Es difícil estar con una persona que no quiere que estés. Imaginé demasiadas cosas sin sentido sobre Joel y ahora estoy recogiendo lo que sembré: una decepción profunda...

Vuelvo a pensar en que tan solo ayer me pagó un montón de dinero. ¿Para él, solo estoy aquí para que su padre le deje en paz? Siento que mi cabeza va a explotar de tanto pensar. Con un gesto nervioso, saco los libros y cuadernos de mi mochila, igual que hice ayer, pero esta vez estoy dispuesta, sea lo que sea, a ponerme a estudiar de verdad.

No tengo asignaturas favoritas ni destaco en ninguna de ellas, pero sí siento algo especial cuando estudio algunas cosas. Por ejemplo, me gusta la historia. Quizás porque cuando la leo, me doy cuenta de que la gente que vivía antes, hace mucho tiempo, no era tan diferente de nosotros, que también les pasaban cosas malas, de hecho, muy malas, pero sentían lo que nosotros sentimos: se enamoraban, se odiaban, tenían hijos, creaban familias, se separaban, se echaban de menos. Y al igual que ahora, había gente buena y gente mala. Solo que a los malos los tenemos algo más controlados hoy en día. A menudo sueño con poder entrever cómo vivían esas personas del pasado, escucharlos hablar, verlos reír y decir palabras de amor... Quizás soy algo romántica. Aunque creo en el amor y sé que puede ser enorme, no creo que pueda acabar bien, que exista un «vivieron felices para siempre». Y tal vez eso se deba a la experiencia de mis padres... Desde pequeña, me persigue la sensación de que la felicidad se arrebata, se pierde, se hunde en la arena de los días llenos de tristeza.

Leo el libro de texto, es suficiente para mí. No suelo memorizar. Si algo me gusta, me basta con leerlo. Es como si las cosas que me interesan se me absorben de manera natural, como si siempre estuvieran presentes en mi cabeza. No sé muy bien qué significa todo eso, ni le doy mucha importancia, y tampoco lo muestro con demasiadas ganas en clase; más bien, lo tengo enterrado por debajo de mi modestia desmesurada, casi enfermiza...

Absorta en el libro de historia, no me doy cuenta de cómo ha pasado casi una hora. Me estremezco al escuchar a alguien llamar a la puerta y acto seguido esta se abre. Primero aparece la bandeja y después, la que la sujeta, mi querida mayordoma. Me levanto de un impulso para ayudarla, pero ella ignora mi gesto, haciendo que vuelva a sentirme como un ser inferior, no merecedor de su atención. Se acerca a la mesa a paso firme con su enorme carga llena de delicias y yo me pongo a recoger, atormentada, mis libros y cuadernos, vislumbrando un cierto asombro y, tal vez, desprecio, en su expectante mirada; como si lo que viera fueran drogas o latas de cerveza. Por fin, consigo apartar torpemente todas mis cosas, amontonándolas de un lado de la mesa, y, de pie, miro de reojo la comida. Tengo hambre, mucha hambre, y acabo de darme cuenta de ello. Ante mis ojos están los platos con lonchas de queso y jamón ibérico bien ordenadas, un par de plátanos y mandarinas, y dos cruasanes tan apetecibles que se me empieza a caer la baba. También hay una tetera, dos tazas de té vacías sobre dos platos apilados, y unos platillos diminutos con mantequilla y dos tipos de mermelada, roja y amarilla. Hay dos de casi todo, y mi mente, por fin, ha podido concebir que, quizá, esto podría significar que esta impresionante merienda sea también para mí. Pero la sombría Sandra no dice nada. Hasta que, finalmente, termina de situar todo sobre la mesa, poniendo cada artículo de tal manera que parece que esté colocando las figuras de ajedrez, cada una donde le corresponda.

Si me vieras... ( libro #1 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora