Si me vieras... ( libro #1 )

25. Nudos y mariposas

«Dejé de mirar las páginas del tiempo

¿De qué sirve que mañana salga el sol si no brillo por dentro?

Si todo lo que veo es negro, como esta noche...»

AMBKOR  «NUDOS»

Mientras ayuda a Joel a sentarse en una de las sillas frente a su mesa el Doctor Suarez me señala la otra con una sonrisa cálida. El despacho es enorme. Pienso que este médico debe de ser alguien muy importante si tiene un espacio tan amplio dentro de un hospital donde trabajan cientos o quizás miles de personas. Luego rodea la mesa y noto cómo echa una breve y preocupada mirada a Joel, un gesto quizás no controlado; su frente brilla por el sudor, a pesar de que no hace nada de calor aquí dentro...

Bajo la vista disimulando que no le he estado observando y aprovecho para mirar de reojo a Joel, sentado a mi lado. Sus ambas manos están colocadas sobre las rodillas, con los dedos separados y apretados contra la tela del pantalón, dirige la mirada allí donde está el doctor, y puedo sentir, casi como mi propia, su ansia por poder escuchar por fin lo que le tienen que decir, o quizás, al contrario, por atrasar infinitamente las noticias... Acerco mi silla ligeramente a la suya sin saber muy bien si lo estoy haciendo por él o por mí misma: toda esta situación me produce demasiado agobio.

—Joel, ¿cómo estás? —empieza el doctor, devolviendo una expresión despreocupada a su rostro.

Pienso, nerviosa, que si tuviera buenas noticias iría directo al grano, que los médicos suelen dar rodeos cuando no tienen nada bueno que comunicar al paciente. Pero me obligo a callar a mi voz interior, esa que tantas veces me fastidia y me sabotea cuando menos lo necesito...

Joel aclara la garganta antes de hablar con una calma visiblemente forzada:

—Estoy bien, gracias. Aunque... —mira hacia abajo y tose—, me gustaría saber cómo están mis pruebas.

Luego alza la vista de nuevo y noto que está intentando enfocar la cara del médico con todas sus fuerzas. Por fin se rinde, haciendo un movimiento brusco de la cabeza hacia un lado y soltando un suspiro del que solo yo puedo percatar al estar tan cerca.

—De acuerdo —dice el médico, como si aceptara su derrota. Veo cambiar su cara: de pronto parece mayor, y su piel vuelve algo gris—. Hablemos de tus pruebas.

Cae un silencio doloroso, mientras el doctor mira, desconcertado, algo en su carpeta. Tengo una clara sensación de que solo está ganando tiempo, intentando retrasar el momento antes de decir algo que, en realidad, no quiere decir en absoluto. Observo a Joel: sus dedos están más hundidos en la tela de su pantalón que antes y una pequeña gota de sudor se desliza por su frente. Pero no se inmuta. Puedo sentir lo electrificado que está el aire a nuestro alrededor y miro al doctor, asustada.

—No tengo buenas noticias, Joel. Lo siento —pronuncia por fin el Doctor Suarez, mirando a su joven paciente fijamente, con un evidente signo de dolor en su rostro.

Joel solo se traga la saliva, pero este sonido retumba en la habitación, como si lo que tragara de verdad fuera su última esperanza de volver a ver.

—Se ha confirmado lo que yo me temía —continúa con su sentencia no elegida por él el médico más amable y simpático que jamás había conocido—. Lo que te está pasando no tiene cura... —se detiene para aclarar la garganta y añade apenas perceptible:— de momento...

Siento cómo se me encoge el corazón cada vez más. Solo me atrevo a mirarle a Joel de reojo, como si él pudiera verlo. Ahora está respirando con más agitación, se ha quitado las manos de las rodillas y están agarrando el asiento de su silla. El médico continúa su discurso, usando términos latinos impronunciables, mencionando los tratamientos, posibles pero todavía inexistentes, que quizás, en un futuro, quién sabe, llegarán, que el avance de la tecnología es impresionante en los tiempos que corren...