5. Decisión

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"There's a deal you can make on a midnight walk alone

Look around, listen close, hear it fall from above

It will ask what you'd give and what you'd take for it in return

I once went on such a walk..."

"The Deal" Mitski


Mi madre me mira y noto miedo en sus ojos. No reacciona a lo que le acabo de decir y torna su mirada hacia la mesa cubierta con un mantel barato de plástico cuyo ridículo dibujo de animales mal diseñados prácticamente se había desvanecido y solo quedan algunas trazas de sus imágenes. Pienso que nuestra vida es como este mantel; ya no queda nada claro, todo está medio borrado y muy pronto podría desaparecer por completo.

Comemos en silencio. Incluso Miki se porta de manera extraña, no dice nada ni tira los juguetes al suelo. Tampoco come; eso sí, nunca quiere comer en casa, aunque nos dicen las profesoras que en la guarde se lo engulle todo. Mi madre no es la mejor cocinera del mundo, pero tampoco lo hace tan mal. Sin embargo, en casa, Miki solo quiere leche. No se separa de su biberón y ahora, aunque no lo tiene, quizás sabe que pronto llegará a sus manos y lo espera con paciencia, removiendo, curioso, con una cuchara la sopa que ha hecho nuestra madre, previamente machacando la verdura con un tenedor para él.

—Mamá —suena la voz de Pablo, rompiendo el silencio, tan típico durante nuestras cenas que los cuatro hemos llegado a habituarnos a él. Nos estremecemos, como si se nos olvidara que estamos acompañados. Incluso Miki se muestra sorprendido al oír la voz de su hermano.

Mamá levanta la mirada, cansada y ausente. No dice nada. Pero Pablo ya está acostumbrado, sabe que este gesto significa que su madre acaba de emerger de esa viscosa capa que forman sus pensamientos.

—Si no llevo el dinero de la excursión mañana, no voy —dice mi hermano, y noto su voz temblar ligeramente. No es fácil hacer llorar a Pablo, aunque solo es un crío de ocho años.

Mi madre, desconcertada, me mira a mí, como buscando apoyo y respuesta.

—¿Cuánto costaba, cariño? —se dirige a Pablo, al no encontrar la ayuda que necesitaba.

—¡Sesenta euros, mamá! ¡Ya te lo había dicho mil veces!

—No me grites —le responde, y veo que está a punto de llorar. Nuestra madre llora por todo, no hay nada más fácil en nuestra casa que hacer a mi madre llorar.

—Sesenta euros... —ahora la voz que tiembla es la de ella—. No podemos, cariño, es carísimo.

La reacción de mi hermano es inmediata; se levanta de un salto de la mesa. Miki, que ha estado concentrado removiendo la espesa y no demasiado apetecible masa de su sopa, lo mira sorprendido, como si no esperara ver reaccionar a su hermano de esta manera.

—¡A la mierda todo! ¡Te odio, te odio tanto! —grita Pablo y corre hacia su habitación, que también es la mía y la de Miki.

Solo hay un dormitorio en este diminuto piso que lleva unos cinco años llamándose nuestro hogar. Nuestro hogar es cualquier cosa menos acogedor, bonito, ni nuestro. Siempre hemos sentido esa extraña respiración de sus auténticos dueños, una pareja mayor, que nos ha estado tratando con cierta arrogancia desde el primer día, como si les debiéramos algo más a parte de los pagos mensuales de alquiler. Aunque hay que admitir que en este momento es precisamente lo que les debemos: llevamos los últimos ocho meses viviendo gratis y el resultado visible de esta situación es esa carta que se posa en nuestra mesita de madera desgastada en el salón.

Si me vieras... ( libro #1 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora