23. «Gracias»

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Me despierto primera y preparo el desayuno para todos. Mientras desayunamos, en la cocina reina un silencio casi siniestro y me da la sensación de que todos nosotros, incluso Miki, estamos intentando fingir que ayer no pasó nada, lo que hace que el problema parezca aún más evidente.

No le cuento nada a mi madre sobre tener que trabajar esta mañana. No quiero preocuparla más. Rara vez falto a las clases, así que los profesores no se alarmarán por mi ausencia de hoy y tampoco la llamarán.

Salgo de casa a la misma hora de siempre. Hemos quedado en que mi madre no abriría la puerta a nadie y que esta misma tarde hablaríamos sobre las opciones que tenemos en esta situación, aunque, siendo sincera y realista, no veo muchas. Pero de alguna manera me tranquiliza el hecho de que es algo que hemos sido capaces de posponer, aunque solo un poco, quizás en un simple intento de escondernos de la amenazante realidad.

En el autobús vuelvo a pensar en por qué Joel me podría necesitar. De repente me imagino que al llegar no me diría nada y solo se encerraría en su dormitorio, tal como siempre lo hace. Eso me estresa un montón y, enfadada conmigo misma, me obligo a no pensar de esta manera. Así intento concentrarme en lo que veo por la ventana del autobús y poco a poco me siento distraída de mis problemas, como si de una meditación se tratara.

Noto el coche negro nada más acercarme a la casa. No sé si alguien está dentro —sus cristales tintados siempre guardan ese secreto—, pero sonrío, por si acaso, hacia allí donde debería estar el conductor. La última vez que hablamos me sentí cómoda con el Ojos Negros y quizás por ello ver su coche me ha hecho sonreír.

La señorita Sandra no tarda en abrirme. Parece un poco nerviosa, o simplemente no tan fría y contenida como de costumbre. Tiene pinta de alguien que acaba de tener una discusión o se ha enterado de algo desagradable y no le ha dado tiempo de borrar esa huella de su rostro.

—Estás aquí —dice tensa y mira hacia atrás, como buscando a alguien—. Está bien, que estás aquí —constata ahora sí, taladrándome con sus ojos, y noto, por primera vez, una sombra de aprobación en su expresión—. El señorito está arriba. Debe de estar listo ya.

No tengo ni idea para qué tiene que estar listo Joel, pero no quiero preguntar, quizás, para no parecer tonta; he venido a estas horas sin saber por qué.

Subo a paso ligero. Siento que le quiero ver, que, por fin, después de una semana de silencio y de apenas habernos visto, hoy podría hablar con él de nuevo. Me sorprende la sensación de inquietud que este pensamiento me trae consigo.

Entro en la pequeña sala, como siempre, después de llamar tres veces y sin esperar respuesta; solo suelo esperarla cuando llamo a la puerta de su dormitorio, donde, de hecho, nunca he estado todavía...

Joel, arreglado, está sentado en la mesa, en mi sitio; me suelo sentar allí para hacer los deberes. Su espalda tensa, sus manos inquietas apoyadas sobre la mesa y su pierna derecha, que no para de moverse, me indican que está nervioso, demasiado...

Al escucharme entrar, se gira y dice:

—¿Leia? —noto que de verdad espera que sea yo. Acto seguido se levanta de la silla, algo torpe en su movimiento.

—Sí, Joel, soy yo —respondo con rapidez. No quiero hacerle esperar.

—Gracias —dice de pronto, y yo solo asiento con un gesto de la cabeza, olvidando que no me puede ver.

Registro que su cabello, rizado y rebelde, ha crecido en la última semana. Un mechón no deja de caer sobre su frente, haciéndole apartarlo de vez en cuando, aunque no sirve de nada: vuelve a su lugar una y otra vez. Lleva puestos unos vaqueros de azul marino, una camiseta blanca tipo polo y una chaqueta vaquera de un tono algo más claro que su pantalón. Nunca lo he visto tan arreglado y tengo la sensación de que, de alguna manera, acabo de conocer a un Joel nuevo, o quizás al antiguo Joel, preparado para enfrentarse al mundo exterior...

Si me vieras... ( libro #1 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora