—Tranquilo, en unos minutos te sentirás mejor —La chica sonríe en su intento de calmar a su adolorido padre y aplica con cuidado el cataplasma de *cicuta en su inflamada rodilla.El crepitar de la madera ardiendo en la chimenea de mosaicos verdes, prima en el silencio que se crea, mientras le pone el remedio. Las llamas devoran con saña la madera de abeto blanco, sus fulgurantes y doradas lenguas iluminan también el espacio de aquel salón. No hay tanto lujo en su decoración, ni en las gruesas alfombras de damasco tejidas con esmero y cuidado. Tampoco sus puertas ni paredes lucen intrincadas y sublimes obras de arte como en otros castillos.La sencillez y la calidez, son las que rigen en el hogar del barón de Luxor.
El título de nobleza que ostenta el señor de estas tierras tampoco es el más notorio; pero Ian Aeternus lo lleva con orgullo y honradez. Con todo, el aire señorial que lo caracteriza no se escapa a ninguna mirada, y mucho más sentado en su sillón de patas torneadas, lleno de mullidos cojines bordados con hilos de plata y pieles de lobos para mantenerlo en calor.
—Esa cosa apesta como el infierno —Una mueca retorcida deforma un poco el rostro del hombre con esa acotación, y eso la hace reír por lo bajo.
—¿Fuiste y volviste a tan caluroso lugar, que hablas con tanta seguridad de su aroma? —pregunta su hija mayor, divertida.
—Fui, volví, y la mitad de mí se quedó allá —Señala con énfasis su pierna enrojecida al decirlo.
Stella sabe cuando habla de infierno a qué se refiere. Nunca más volvió a ser el mismo. La guerra influyó tanto en su carácter como en su cuerpo. Su padre, ya no es el hombre vigoroso que solía ser. Partió de Umbría junto a su ejército para cumplir con el deber que el rey puso en sus ansias de conquista; y lo que regresó de él fue algo más que un cascarón silencioso y herido en muchas maneras. La recuperación fue lenta, tortuosa, y de no ser por el conocimiento de medicina que le fue enseñado a ella por su abuela; no hubiera podido sanarle.
Llegó con la pierna izquierda destrozada por una bala de cañón y tan traumado como nunca antes. Como resultado no pudo cabalgar más y mucho menos volver a la batalla, viéndose obligado a usar un bastón de por vida; y las heridas de su alma, bueno, esas aún están sanándolas con el calor y el amor familiar.
—Dudo que la guerra se parezca al infierno, padre.
—Pues su parecido es real y cruel. No conozco nada tan vano y sin sentido como la guerra —afirma y echa su cabeza sobre el respaldo de su sillón con la mirada perdida en la cúpula del techo.
Stella se dedica a avivar el fuego en la hoguera de la chimenea, allí es donde él acostumbra a sentarse para perderse en sus cavilaciones. Organiza también los libros que reposan sobre la mesilla de madera a su lado y vuelve a asegurarse de que esté bien abrigado cuando retorna a su posición; sentada en la silla plegable en forma de X frente a él, que le permite estar a un nivel más bajo de altura y por ende más cómoda para tratarlo, antes de responder:
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TENEBRIS . El amor no florece en la muerte.
RomanceÉl no merece amar, es un Tenebris en toda su regla y los Tenebris siembran la muerte donde no se cumpla su voluntad, siegan donde no sembraron y son pura oscuridad ¿Cómo podría el príncipe oscuro ser capaz de dar tan noble sentimiento? Su fama lo pr...