Cuando lady Stella llega donde está, Primus ve que lo pasa de largo sin quitarle la mirada punzante de encima.—¿Qué? ¿Nunca ha visto pantalones? —le dice la joven con tono crítico.
Sin embargo él no atina a contestarle, porque justo es eso lo que lo deja sin palabras. Stella lleva ropas de hombre, pantalón, jaqueta, jubón. Es que le parece demasiado loca la mera idea de que ande como si nada luciendo así.
—Padre, debería estar de reposo —la escucha increpar a su progenitor.
—¿Pero qué tipo de anfitrión sería si no le mostrara a tu prometido los alrededores? —recibe por respuesta y la escucha continuar regañando a su padre en la portezuela del carruaje.
Está tan pasmado mirándola, sus ojos aún no dan crédito a lo que ven.
¡Está vestida de varón!
Al mirar hacia atrás, su guardia personal también la observan boquiabiertos. La cara de Weiland es un poema.
Tan ensimismado está Primus mirando la forma en que los pantalones le abrazan las piernas, que ni siquiera escucha el resto de la conversación que sostiene Stella con Ian. Solo puede pestañear y volver a este mundo cuando, resoplando, ella pasa por su lado otra vez.
—No se quede ahí de pie y sígame. Ni que tuviera tiempo para estas tonterías —murmura su prometida entre dientes sin detenerse.
—Alteza, que disfrute el paseo —Se despide el barón con una sonrisa burlona y cuando su rostro desaparece de su vista, no le queda de otra que seguir a la doncella.
Debe reconocer que le urge el deseo de cubrirla con su abrigo de piel.
—Deje de mirarme —exige ella.
—No lo hago.
—Puedo sentir sus ojos juzgones sobre mí y los de toda su guardia —farfulla pero no obstante a esto, sigue caminando sin darle la cara.
—No los puede culpar, nunca han visto a una dama, usando...
—Pantalones, prácticos y cálidos —puntualiza Stella.
—Impropios para una mujer.
—¿Eso quién lo determina? ¿Usted? —Se detiene y con las manos en su cintura, alza la barbilla de esa manera que descubre es característica en ella.
—Lo determinan la sociedad y las buenas costumbres —le rebate adoptando la misma actitud.
—La sociedad determina que no se debe matar y usted hace del homicidio su modo de vida, las buenas costumbres determinan que un hombre no debe intimidar a una mujer; y usted me abordó en el camino para amenazarme —enumera ella con rapidez cambiando el peso de su cuerpo a su pierna izquierda —. Su sociedad y sus buenas costumbres, son una broma de mal gusto. No pediré disculpas si decido regirme por lo que yo estime correcto.
ESTÁS LEYENDO
TENEBRIS . El amor no florece en la muerte.
RomansaÉl no merece amar, es un Tenebris en toda su regla y los Tenebris siembran la muerte donde no se cumpla su voluntad, siegan donde no sembraron y son pura oscuridad ¿Cómo podría el príncipe oscuro ser capaz de dar tan noble sentimiento? Su fama lo pr...