1.4

22 6 54
                                    

Cuando el amanecer llegó, y los perezosos rayos del sol de noviembre irrumpieron combatiendo las densas tinieblas de la noche; Primus no pensó que sería testigo de algo tan sobrecogedor,  como la despedida que toma lugar ahora ante sus ojos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando el amanecer llegó, y los perezosos rayos del sol de noviembre irrumpieron combatiendo las densas tinieblas de la noche; Primus no pensó que sería testigo de algo tan sobrecogedor, como la despedida que toma lugar ahora ante sus ojos.

El carruaje del barón está preparado con todo el equipaje de su prometida y hermana, y sus hombres, ataviados con sus armaduras al igual que él, desde bien temprano. Weiland se mueve de acá para allá con su acostumbrada diligencia y seriedad; ultimando los detalles con los siete hombres que les ha cedido lord Ian, en vista de reforzarles la seguridad.

Y no lo culpa.

A juzgar por lo que ha visto en estos días y la manera en la que abraza a sus dos hijas, para él son lo más preciado del universo. Se aferra a ellas, susurrando palabras de cariño y luchando con las lágrimas que pugnan por escapar de sus ojos.

Stella y Luna sollozan como pequeñas, refugiadas en el pecho de su padre, agarradas a su jaqueta y lady Elizabeth, está deshecha en lágrimas.
La servidumbre se muestra igual de triste, agrupados todos en el patio, observando conmovidos cómo el barón besa repetidamente las mejillas de sus vástagos; mientras ellas asienten a lo que sea que les está diciendo.

Él príncipe no ha querido acercarse demasiado, el momento le parece muy íntimo y no quiere arruinarlo con su indiscreción. Además, debe confesar que siente hasta un poco de envidia, cuando ve a la baronesa acariciarlas con tanto mimo,  y recorrerles el rostro con la mirada, como si deseara inmortalizar sus rasgos en su memoria, con devoción.

El pecho se le desborda de una sensación tan anhelada y a la vez ajena, una que nunca tuvo la bendición de disfrutar. Los recuerdos de su madre son borrosos, ya no logra rememorar el color de su voz, ni la textura de su piel, pero sabe que lo amó, y esa remembranza es la que a veces le hace sonreír o creer en la bondad: El saber que fue amado alguna vez, con devoción, como la que brilla en los orbes de lady Elizabeth, aunque ya no haya esperanza de que eso vuelva a suceder.

La mirada acerada de lord Ian se fija en él, y al ver que asiente con su cabeza, entiende que quiere que se le acerque. Mientras lo hace, él también acorta el espacio que los separa, encontrándose a medio camino.

Cuando quedan frente a frente, Ian lo escruta con los ojos enrojecidos. Primus no puede descifrar ni juzgar las emociones que cruzan por su mirada, así que mantiene un silencio respetuoso, esperando a que sea él quien hable.

—En otras circunstancias —Comienza a decir Ian apoyando el peso de su cuerpo en su bastón de marfil—. No me atrevería a hacer uso del egoísmo ni la amenaza, más, siendo usted mi futuro rey. Pero dado que hoy se lleva de mi Casa lo que más amo, me permitiré hacerlo.

Primus intenta sonreír ante lo que dice, pues lo entiende ¡Vaya que lo entiende!

»Ni uno solo de sus cabellos debe caer en vano, de lo contrario, no existirá día en su vida, en que mi ira lo deje de perseguir.

TENEBRIS . El amor no florece en la muerte. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora