VI

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AMANDA.

Estoy demasiado avergonzada. Pero también estoy molesta y un poco fuera de lugar. La verdad no sé como me siento.

Sólo estoy aquí sentada en el sillón que debe costar más que mi casa en una muy lujosa mansión con una bolsa de hielo en mi hombro, viendo a una señora muy bonita y elegante sentada frente a mi. Señora que aparenta unos cuarenta años, la cuál es dueña de esta mansión y madre de los chicos Rosenfeld.

Débora Rosenfeld.

— ¿Cómo sientes tú hombro ahora linda? — Pregunta preocupada.

A pesar de ser la madre de este par de cretinos, ella es muy dulce. En cuanto vió que su hijo me llevaba en su brazos como doncella lastimada, se alarmó. Ayudó a su ama de llaves a buscar hielo y un analgésico. Y ahora me hace compañía mientras el estúpido de Derek se cambia.

— Ya no me duele tanto — intento moverlo, pero una punzada de dolor no me dejó — supongo que tendré que esperar unos días para que baje la inflamación.

— Oh Amanda, no sabes lo apenada que estoy. Robert no sabe medir su fuerza cuando cree que estamos en peligro.

Ni que lo diga, casi me vuelve tortilla en menos de un segundo.

— No sé preocupe, fué mi culpa por exagerar — le digo para que se tranquilice.

Me da una sonrisa cálida. De verdad no entiendo como está señora puede ser madre de ese par. Ella es tan opuesta a ellos. En lo único que concuerdan es en su apariencia.

Porque está mujer es muy hermosa.

Ese vestido beige le queda perfecto con ese cuerpo de reloj de arena. Delgada pero con curvas bien pronunciadas, sin exagerar. Su rostro parece de porcelana, literal es de esos rostros que dan ganas de tocarlos para saber si es tan sueve como se ve. Su cabello rubio súper cuidado se extiende por su espalda libremente. Y por supuesto unos ojazos grises.

— Tengo que irme Amanda — avisa mirando la hora en su móvil — fué un placer conocerte — sonríe levantándose — si necesitas algo puedes pedírselo a Elena.

Sale contestando su móvil haciendo resonar sus tacones por toda la estancia, yo la sigo con la mirada hasta que se pierde de vista.

¿Ahora qué hago?

Me siento una pequeña cucaracha entre tanto lujo, incluso me da pena manchar algo o que por mala suerte algo se rompa y tenga que empeñar mi vida para pagarlo. Veo a Elena a lo lejos y tengo una lucha mental para pedirle algo de beber. No quiero parecer fastidiosa, pero tengo mucha sed.

Me levanto y teniendo cuidado con cada paso que doy, me dirijo a donde el ama de llaves.

— Hola Elena disculpa que te moleste, pero... ¿Podrías darme algo para beber? por favor — la señora rellenita me dedica una tierna sonrisa antes de hablarme.

— Claro linda, ¿Cómo sientes tú hombro? — pregunta dándose yéndose dirección a la cocina.

— Todavía me duele, pero nada grave.

Nada grave si no contamos con el dolor punzante que siento en estos momentos.

Entramos a la cocina, o mejor dicho, gran cocina con mesones empotrados muy bonitos. Mi cocina a penas tiene un mesón normal.

— ¿Qué quieres beber? — pregunta abriendo una inmensa nevera que parece traída del futuro — tenemos jugos, licores, agua saborizadas, bebidas energéticas, gaseosas...

— Agua normal estaría bien — respondí, no me sentía bien pidiendo algo más.

— Toma un jugo de frambuesa — me ofrece — no te sientas incómoda, eres la primera visita que tenemos desde que llegamos — me pasa el envase del jugo. La miro con pena — tómalo linda, de igual formas la hace ese jugo soy yo.

Mirada Gris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora