VII

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AMANDA.

El camino a la bendita cafetería se me hizo más largo de lo normal. Estaba aburrida, hambrienta, adolorida, molesta y cansada. El cabestrillo que me compró Derek en el camino me ayudaba a mantener el hombro quieto.

Pero la rodilla me seguía molestando.

Llegamos después de quién sabe cuánto tiempo. Derek bajó del auto y yo intenté hacer lo mismo.

Si, intenté hacerlo, porque cuando abrí la puerta y me coloqué de pie, un horrible dolor en mi rodilla derecha me hizo chillar de dolor y tuve que volver a sentarme.

— ¿Qué pasa? — pregunta el ridículo rodeando el auto.

Quise decirle un par de insultos, porque la razón de que yo esté así es su culpa. Pero el dolor me obligó a responderle de forma normal.

— Me duele la rodilla — digo con la cara comprimida en dolor.

— Déjame ver — se arrodilla para tomar mi pierna.

— ¿Qué haces?

— Voy a revisarte la rodilla.

No sé porque dejo que lo haga, pero ajá. Empieza a palpar haciendo un poco de presión alrededor de la rodilla.

— ¿Te duele?

— Un poco.

Ahora me toma la pierna y empieza moverla de adelante hacía atrás lentamente. Cuando la estiró sentí un poco de dolor, pero cuando la llevo hacía atrás se me salió un chillido de dolor.

Me suelta la pierna con cuidado.

— Tienes la rodilla un poco inflada, tal vez por el impacto cuando Robert te lanzó al suelo — se levanta — con un par de analgésicos y compresas frías estarás bien.

— ¿Ahora eres médico? — pregunto ceñuda.

— Digamos que sé muchas cosas — se encoje de hombros y mira hacía la entrada de la cafetería — creo que lo mejor es que no muevas mucho esa rodilla o no podrás caminar durante muchos días — me mira de nuevo — y no me apetece cargarte de nuevo.

Idiota.

— ¿Qué haremos entonces? — me cruzo de brazos.

Lo piensa un par de segundos y chasquea los dedos.

— Dime que quieres ordenar.

— ¿Qué? — pregunto confundida.

— Dejar de hacerte la sorda.

— No me hago la sorda — replico molesta.

— Como sea, ¿Qué es lo que quieres?

No volverte a ver en mi puta vida.

— Café de caramelo y una dona.

— Ok, espera aquí.

Entra a la cafetería y yo me quedo pensando en que pecado tan grande habré cometido para que me pasen tantas cosas.

¿Cómo le explicaré a mamá que tengo un hombro y una rodilla lastimadas?

¿Cómo le explico a mis amigos lo que me pasó?

¿Cómo le haré para ir a la universidad mañana?

Esto es una jodida mierda.

Escucho que la puerta de la cafetería se abre y veo a Derek con un par de bolsas y dos envases grandes.

— Aquí tienes — me tiende un envase— café con caramelo — me tiende una bolsa — y una caja de donas.

— No pedí una caja.

Mirada Gris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora