Sentimientos y Naturaleza

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Hannibal era un hombre curioso, o por lo menos eso creía él.

Siempre era el primero en despertar, y a Will le gustaba la forma en que acariciaba sus orejas para lograr despertarlo a él también. Aunque al inicio le molestaba el tacto ajeno, ahora le parecía necesario e imprescindible.

Empezaba a tener una rutina gracias a Lecter, y a Will le gustaba el tener una rutina. Se levantaban, el doctor preparaba el desayuno, lo tomaban juntos, y después limpiaban la cocina en la compañía del otro. Las conversaciones durante ese momento eran variadas, pero siempre interesantes. Le parecía entretenida la forma en que el mayor le hablaba de arte, alta cocina, y otra sarta de cosas que no entendía del todo; pero esos temas hacían feliz a Hannibal, y él extrañamente se sentía feliz al verlo de esa manera.

El doctor no solía sonreír demasiado, pero cuando lo hacía, eran momentos especiales para él. Y a Will le gustaba la sonrisa de Hannibal, sobre todo cuando cada una de ellas estaban dirigidas a él.

Cuando Lecter abandonaba su hogar, él se dedicaba a esperarlo. Claro que cumplía con sus tareas del día, pero siempre, cuando el reloj marcaba las cinco y media, se sentaba en el sofá de la sala para poder esperarlo pacientemente. Y a Will le gustaba cuando regresaba a casa.

Jamás pensó que se encontraría tan cómodo y dichoso en el hogar de un humano, pero en verdad lo había hecho. Hannibal Lecter le había tomado y cuidado cuando el mundo le había dado una cruel sentencia para dejar su vida atrás. Le había salvado, dado una segunda oportunidad, y a Will le gustaba.

A Will le gustaba la forma en la que el mayor le hacía sentir... cálido.

En su corazón, se prometió guardar cada una de las cosas que le gustaban de Hannibal Lecter, pues eran preciadas para él.

———

—Creo que tus orejas son preciosas. Son parte de ti, te hacen especial.

—Cállate, solo lo dices porque no conoces a otra persona que tenga orejas y cola.

Siempre se preguntaba porque Hannibal solía tocarlo tanto. Aunque al inicio no le agradaba, ahora había aprendido a apreciarlo. Ahora era parte de su rutina. Le hacía sonreír. Esperaba todos los días por cada caricia. Se alegraba de tener una segunda oportunidad para poder disfrutarlo. Se sentía cálido.

Will sonreía por la forma en que el tacto del mayor recorría su oreja derecha y como apretaba delicadamente la base de esta, como un mimo cariñoso bien aprendido. A veces recargaba su rostro de forma inconsciente contra la palma ajena, y Hannibal solo se lo permitía.

—Soy sincero, Will. Durante mi infancia mi hermana y yo tuvimos un perro, un Pumi de nombre Laszlo. A ambos nos gustaba la forma en que sus orejas se levantaban cada que estaba feliz o escuchaba algún sonido que nosotros no podíamos percibir. Fue nuestra alegría durante mucho tiempo, hasta que falleció de forma natural por los años. A veces, cuando veo tus orejas, me acuerdo de él.

—Hannibal, ni siquiera sé cómo sentirme ante ese comentario. Me estás comparando con tu perro.

Escuchar la risa del lituano siempre era satisfactorio, sobre todo cuando era él quien la provocaba. Ah, sí, a Will también le gustaba su risa.

—Lo lamento, no lo haré de nuevo.

—Está bien, solo bromeo.

Recostados sobre la cama, Will reflexionó sobre lo significativos que eran los domingos.

Los domingos era el único día que Hannibal se permitía quedarse en casa todo el día y descansar. No hacían mucho, pero eso estaba bien. Apreciaba poder pasar más tiempo con el hombre y conocerlo mejor. Le gustaba pensar que comenzaba a conocerlo mejor que nadie, aunque eso fuera tonto y no tuviera fundamentos para sentirse así.

Golden Days | HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora