Obsequio

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La fragancia de Hannibal es para Will uno de los mayores placeres que existen en la tierra.

Una guía, una emoción, un recordatorio de que el hombre le ha prometido ser suyo, y solo suyo. Y es que su propio aroma se mezcla ahora con el de Lecter, pues el híbrido constantemente se encargaba de impregnar su esencia en él, marcándolo como su propiedad. Es suyo.

Will es celoso, no le gusta percibir en Hannibal otro olor que no sea la deliciosa mezcla de su colonia, las especias que emplea al cocinar, su propia fragancia, y la de Will, por supuesto. Ah, tampoco puede olvidarse de la nota metálica que se esconde recelosamente en su piel, un claro recordatorio de que el doctor es un cazador nato. Uno meticuloso y apasionado.

Hasta ahora, Lecter no le ha confiado su secreto, pero no hay forma de que él no lo sepa. Tiene un excelente olfato.

No está asustado, pues un lobo como él también ha cazado a otros para sobrevivir. Muchos otros.

Se atreve a pensar que el aroma de la sangre no le es ajeno, se siente familiar, e incluso puede cerrar sus ojos y recuerda a su manada acogiéndolo cuando era tan solo un cachorrito. Puede recordar la sangre gorgoteando de las fauces del líder, ofreciendo a los demás la carne de aquel ciervo que habían logrado tomar como comida. No, la sangre y la muerte no le asustan.

Había aprendido desde pequeño que la fuerza del lobo provenía de la manada; cazar juntos era sobrevivir juntos. A veces se preguntaba sí Hannibal no corría demasiado riesgo cazando solo.

———

—Debo salir en una hora. — le informó amablemente el doctor mientras ambos terminaban su desayuno.

Hannibal había preparado huevos escalfados, los cuales rápidamente se habían convertido en sus favoritos. Los solía acompañar encima de una rebanada de pan tostado la cual recubría con una cama de aguacate, aceite de olivo y una pizca de sal. A su lado, Lecter solía poner una ración de rúcula y rábanos, pues debía recalcarle la importancia de acompañar todos sus alimentos con una porción de vegetales. Estaba bien, a Will le gustaban los desayunos que su compañero preparaba.

—¿Qué harás? — preguntó por simple curiosidad, tomando el vaso de jugo de naranja a su lado para poder pegarle un buen trago.

—Compras de Navidad.

—Por favor no traigas más adornos, son extremadamente cursis.

Observó la diminuta sonrisa en los labios de Hannibal y él también sonrió.

Todo parecía marchar mejor entre ellos, y parecía ser que ambos habían extrañado las peculiaridades del otro. No podía explicarlo, su relación ya era compleja, pero aquel par de hombres habían realizado un pacto silencioso sobre tratar de recuperar su antigua relación. Claro que recuperar era un mero eufemismo, pues ambos sabían que aquello no sería posible jamás. Era fácil, las emociones humanas evolucionaban, tanto así que nunca volvían a ser las mismas, y cada sentimiento no podía ser experimentado de la misma forma en dos ocasiones distintas. Era ilógico, impensable, y hasta cierto punto, hermoso.

—¿Podemos comer puré de papa en la cena?

—Estaba pensando que lo mejor sería un puré de camote trufado acompañado de una ligera salsa agridulce de arándanos.

—Por favor, ya vamos a cenar tu comida extravagante, solo quiero puré de papa.

—¿Hay alguna razón especial por la cual debería acceder a tu petición?

Will frunció sus cejas, viéndose tan encantador como solo él podía cuando estaba enfurruñado.

—No, ¿por qué? — la forma tosca como había respondido delataba su verdadera intención.

Golden Days | HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora