Silencio

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Hannibal descubre que Clarice y Will comparten similitudes, pero no son por completo iguales.

Donde Will es inocente e incrédulo, Clarice es perspicaz y desconfiada; donde Will se esconde tímidamente, Clarice brilla con su presencia; cuando Will sonríe, sus ojos se hacen pequeños y su sonrisa brilla, Clarice sonríe de forma pequeña, sin dientes, y aunque es agradable, no es tan especial como Will. Se siente como un tonto al haber comparado a Will con Clarice, cuando cada uno posee una belleza totalmente distinta. La comparación es extraña, pero habita en su mente durante toda la velada.

Claro que esta pequeña equivocación suya no le impide llevar a su cama a Clarice, o, mejor dicho, a caer en su cama, pues ambos terminan en algún punto de la noche en el pequeño departamento de la joven, compartiendo besos apasionados que poco a poco escalan en algo más. Caricias por encima de la ropa, mordidas juguetonas, y prendas que caen conforme se acercan a la habitación.

Solo se necesitó un poco de coquetería y encanto para lograr que la joven aprendiz de Jack Crawford se entregara dócilmente a él. No era una gran conquista, tampoco la más difícil, pero estaba satisfecho con los resultados.

Clarice se deshace hábilmente de su vestido rojo, quedando en la lencería más sencilla que ha visto en su vida, y Hannibal simplemente le mira desde la cama, listo para lo que sigue. Por primera vez no piensa en nada, solo contempla.

El tiempo ha pasado volando, probablemente es de madrugada, pero eso no podría importarle menos. Por ahora, solo quiere conquistar el delgado cuerpo que se encuentra frente a él.

Pronto tiene a la mujer encima de su regazo, y decide, a voluntad, olvidarse de todo y simplemente disfrutar.

———

A la mañana siguiente, cuando despierta, siente la característica resaca del vino.

Sus sienes duelen, su boca está reseca, su garganta rasposa, y tiene marcas de besos recorriendo todo su cuerpo. También hay rastros de labial, pero esos no eran importantes.

Pronto se percata de que no está en su habitación, y hay una nota en la mesa de noche que seguramente contiene la explicación del porqué ha despertado solo en una cama desconocida. La toma, leyendo su contenido con los ojos entrecerrados. No soporta la luz del día.

"Doctor Lecter, he tenido que salir rápido debido a que Jack necesitaba mi ayuda con un caso. Por favor siéntase libre de utilizar mi cocina o mi baño. Cuando salga, cierre la puerta con seguro.

Hasta la próxima, Clarice."

Ah, es verdad, había pasado la noche en casa de la señorita Starling. ¿Cómo había podido olvidarlo?

Bueno, culpa al vino, y a esa horrible discusión que había tenido con Will antes de salir de casa.

Se estira a lo largo de la cama relajando sus músculos, y trata de recordar todo lo que sucedió la noche anterior.

Recuerda las risas de Jack Crawford ante los estúpidos chistes de sus colegas del FBI, el sabor del vino inundando sus sentidos, las sonrisas discretas de Clarice, el sutil roce de su cuerpo, y la forma en que terminaron hablando solos una vez que todos los demás se encontraban lo suficientemente ebrios como para notar su ausencia. Recuerda el viaje en auto, las luces de los semáforos, los besos en la entrada del departamento, las manos entre sus muslos, la suavidad de la piel ajena, y la forma húmeda que lo había recibido esa noche.

Suspira con cansancio, pues no encuentra las fuerzas suficientes para levantarse de la cama; pero pronto llega a su mente de nueva cuenta la discusión que había tenido con Will la tarde de ayer; recuerda la forma en que el cuerpo ajeno se crispaba por haberse negado a llevarlo a la cena, los sollozos tristes, o lo lastimero que se veía cuando las lágrimas abandonaban sus ojos. Siente algo en su pecho, algo pesado y doloroso que solamente crece con cada pensamiento que le dedica a Will. No entiende que es, pero sí comprende que es lo suficientemente intenso como para provocar que se levante de la cama, tome un baño rápido, y salga en búsqueda del muchacho. Se siente mal, incorrecto, y si fuera lo suficientemente sincero, sabría reconocer que el sentimiento que lo invadía no era otro más que culpa.

Golden Days | HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora