Extraño

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La gastada madera de las escaleras cruje bajo el peso de sus pequeños pasos veloces.

Uno a uno, Will conquista cada escalón, siempre sujeto al barandal para no caer. Su madre le ha pedido que haga eso cada vez que desciende a la planta principal de la casa, pues la última vez se había lastimado gravemente por haber bajado corriendo de ellas.

Cuando por fin está en la planta baja, camina a toda velocidad en dirección a la pequeña habitación que constituye la cocina; sabe que su madre estará ahí, preparando el desayuno para su padre y él. Confía en ello, es su rutina de todos los días, por lo que entra con una enorme sonrisa y su pequeña colita meneándose de un lado a otro.

Sin embargo, la escena que le recibe no es la de todos los días, y esto provoca que sus orejas caigan con preocupación y que su cola se esconda entre sus piernas.

Su madre está sentada en una de las viejas sillas del comedor. Tiene su rostro cubierto con una mano, por lo que no la puede ver, pero la escucha sollozar. Mira sus hombros y nota que está temblando, e incluso sus bonitas orejas se mantienen pegadas a su cabeza. Está llorando, y el pequeño Will siente ganas de llorar con ella.

—¿Mami? — su voz es débil y diminuta, pero su madre ha alcanzado a escucharle.

La mujer pronto le mira con sus bonitos ojos azules repletos de lágrimas, y a pesar de verse tan devastada, se esfuerza en sonreír para no preocupar a su hijo.

—Cachorrito, ven aquí.

El niño acude a su llamado de forma inmediata, y pronto siente como su progenitora le toma por los brazos y le acomoda encima de su regazo. Desde su posición, el infante extiende sus manitas para tratar de secar las lágrimas que descienden de las mejillas ajenas. La mujer ríe ante la ternura natural que le causan las acciones de su hijo. Lo abraza, porque solo así puede contener la tristeza que le embarga.

—¿Dónde está papi? — Will pregunta, y para él no pasa desapercibida la forma en que el rostro de su madre se contrae en un gesto de profunda aflicción.

No comprende qué es lo que está sucediendo, o por qué su madre se ha soltado a llorar de nueva cuenta. Lo único que sabe es que no le gusta ver a su mamá tan triste, por eso se lanza a abrazarla de nuevo.

—Oh, mi bebé... — la escucha susurrar, mientras acaricia sus rizos y se aferra a su menudo cuerpecito.

Están así durante un tiempo, por lo menos hasta que la mujer logra recomponerse. Aún solloza cada tanto, pero por lo menos logra hilar sus palabras sin romper en llanto.

—Cachorrito, escúchame, tu padre... — nota como los labios de su mamá tiemblan, y teme que vuelva a llorar. Ya no quiere verla triste, ella se ve más bonita cuando sonríe. — él... tuvo que irse, bebé.

—¿Irse? ¿Adónde? ¿Cuándo piensa volver? — pregunta en su infinita inocencia.

—Él no volverá, cachorrito. Tu padre, él... bueno, ha tomado una decisión en la que nosotros no podemos seguirlo.

El infante le mira a los ojos y sabe que ella está mintiendo. Puede notarlo, a través de la bruma del dolor y la melancolía que le invaden, la conoce, y sabe cuándo miente. También sabe que su padre ha decidido abandonarlos, no hay que ser muy listos para saberlo.

A sus siete años de edad, el pequeño Will está al tanto que su padre lo detesta. Lo ha escuchado, sabe que los llama "fenómenos" cuando está ebrio y que amenaza a su madre siempre que tiene oportunidad. Por más esfuerzos que su progenitora haga para amortiguar el daño, el menor puede reconocer que aquel hombre lo odia, no hay otra forma de decirlo. Él es pequeño, pero no es tonto, a pesar de que su progenitor lo llama así.

Golden Days | HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora