Las pequeñas manitas delgadas y pálidas se aferraban a aquella hogaza de pan como si su vida dependiera de ello. El cachorrito hincaba el diente en la suave masa cada cierto tiempo, tratando de que aquel pedazo fuera lo suficiente como para llenar su estómago durante el resto del día.
Esta era, probablemente, su única comida de hoy.
Hambriento, tembloroso, y lamentable. Will tenía siete años y medio, y era más bajito y delgado de lo que debería ser para su edad. Sus ojos hundidos y sus labios resecos eran solo un indicio de lo mal que se encontraba. Por fortuna, no había enfermado para ese momento, pero con el invierno a la vuelta de la esquina, tal vez no correría con suerte.
Pronto los ojos azules del niño cayeron en la frágil figura de su madre, la dama que permanecía en silencio viéndole comer. Ella misma no había comido en toda la mañana, pues aquella única hogaza de pan era todo lo que había podido conseguir para poder alimentar a su cachorrito.
Con una culpa inexplicable, Will reparó en las ojeras caídas que adornaban su bonito rostro, o la forma en que sus huesos comenzaban a ser notorios por debajo de su piel. Sus rizos largos habían perdido brillo, y sus labios sonrientes ahora lucían más resecos que los suyos. Quería llorar de solo verla de esa forma.
El niño, asustado de ver a su madre en esas terribles condiciones, culpable por algo que no era su culpa, cortó el restante del pan a la mitad, extendiéndole una las partes en dirección a su progenitora.
Su madre río con dulzura, luciendo encantadora ante sus ojos llenos de adoración.
—No cachorrito, come, anda. — le indicó, antes de levantarse de su asiento para poder ir a buscar aquella pañoleta vieja con la cual solía recubrir sus orejas. Cuando regresó, agregó — Trataré de buscar algo más, quizás esta vez tenga suerte.
Desde que su padre se había marchado, no habían podido hacer mucho para conseguir dinero o comida. Su madre solía salir todos los días a buscar restos de alimentos en las localidades cercanas, siempre siendo cuidadosa para no atraer la atención de los humanos.
Siempre que ella salía, Will temía que su madre no regresara.
—Quédate aquí, no abras la puerta a nadie.
La mujer cerró la puerta de forma silenciosa, pero eso no evitó que el niño se sobresaltara ante el ruidoso brinco del seguro.
Con aquella advertencia en su mente, el infante se mantuvo en la mesa del comedor esperando pacientemente a que su madre regresara.
———
Will hunde su nariz en el amplio pecho de su pareja y respira profundamente su aroma.
Se estremece, feliz, mientras sus brazos rodean el cuerpo de Hannibal para intentar, inútilmente, fundirse con él. Por supuesto que no lo logrará, pero lo intenta.
Puede sentir como el cuerpo ajeno se mueve en compás de su risa silenciosa, mientras los fuertes brazos recorren la piel desnuda de sus hombros, vagando por el trapecio y llegando hasta su espalda baja.
—¿Cómo sigue tu pie? — cuestionó Lecter una vez que decidió que el silencio entre ambos se había extendido demasiado.
Tarareó pensando en su respuesta.
—No duele, solo no lo siento. A veces me desespera el yeso, la textura es horrible.
—Lo lamento.
—¿Realmente lo haces?
Sintió como el cuerpo del mayor se movía suavemente, acunándolo. Will gimió con satisfacción, siempre feliz de recibir las atenciones del doctor. No podía explicarlo, solo amaba sentirlo cerca, deseoso de mantener el contacto físico entre ambos, infeliz ante la idea de que en algún momento tendrían que separarse.
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Golden Days | Hannigram
FanficSolo se necesitaba la presencia de un híbrido para cambiar por completo la estructurada rutina del doctor Hannibal Lecter. Sería imposible tener un día de perros con la presencia de aquel Mudi a su lado. -Creo que tus orejas son preciosas. Son parte...