Capítulo 8: Lo haría todo de nuevo

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Mikasa escuchó la puerta cerrarse detrás de ella y sintió la mano de Jean sobre su cintura y la otra en su cuello, enredando sus dedos en su cabello.

Tembló con su conciencia aún en conflicto. Estaba haciendo esto por salvar a su amigo, era un sacrificio simple, a cambio de la vida de alguien. Era algo digno de un héroe...o un mártir...se consoló, mientras cerraba los ojos.


Apenas alcanzó a tomar aire cuando los labios de Jean tomaron los suyos abruptamente.


Su conciencia se silenció por completo.


Era un beso como ningún otro, pues sabía a dónde la guiaba esta vez. Un beso hambriento y lleno de pasión previamente restringida. Jean deslizó su lengua entre sus labios, insistiendo y pidiéndole abrirlos y cuando Mikasa lo hizo, probó su lengua con la suya.

Sus manos empezaron a recorrerla incesantemente, subiendo y bajando por su espalda, hundiendo sus dedos en su cintura, su cadera y sus pechos, presionándola contra él.

Aún temblando, Mikasa se aferró a sus hombros en busca de equilibrio, un gemido se ahogó en sus labios cuando sintió los labios de Jean sobre su cuello y hombros.

Poco a poco Mikasa sintió su bata y camisón abrirse al frente y después deslizarse por sus brazos hasta sus pies. Los brazos de Jean tan fuertes como acero a su alrededor, la levantaron en brazos y la llevaron hasta la cama.

La bajó con cuidado sobre las sábanas y Mikasa sintió su calor alejarse. Regresó de su aturdimiento y abrió despacio los ojos y encontró a Jean de pie junto a la cama, quitándose la ropa.

Observó sus hombros y brazos...y su muscular torso. Su piel, bronceada por el sol, reflejaba la luz de la chimenea y se oscurecía en algunas zonas donde se dejaban ver pronunciadas cicatrices.

Era magnífico, lo admiró. Su figura, su altura y su fuerza.

Cuando vio a Jean desatar el cinturón al frente y dejarlo caer, Mikasa reaccionó desviando la mirada hacia el lado contrario de la cama. Tomó la sábana con una de sus manos y discretamente la jaló para cubrirse parcialmente a sí misma.

La cama se hundió junto a ella con el peso de Jean. Tomó su mano y la apartó junto con la sábana.

—No...—le ordenó, y apartó la sábana dejándola descubierta, mientras disfrutaba el esplendor de la desnudez de Mikasa.

Su piel era tan blanca como la nieve en la que la había encontrado, sólo un toque de color rosado en sus mejillas, nariz, boca y y pechos. Sus caderas redondas resaltando su torneada cintura y sus largas y exquisitas piernas.

Su palabras brotaron espontáneas—¿Tienes idea, de cuán hermosa eres?

Mikasa abrió los ojos, pero se mantuvo viendo al lado. Jean se apoyó sobre su antebrazo, descendiendo sobre ella. La besó en la mejilla y se acercó a su oreja—¿Y tienes idea de cuánto te deseo?

Lamió y mordisqueó detrás de su oreja y ella cerró de nuevo los ojos al sentir sus dientes y lengua bajando por su cuello. Jean había cambiado el ritmo a uno más pausado, su mano libre se deslizaba de su cintura a sus pechos, mientras el descendía dejando un hilo de besos por sus hombros y clavícula.

Mikasa perdió por completo la noción del tiempo y de su alrededor, mientras sentía las manos de Jean deslizándose a sus caderas y su boca besaba sus pechos. Tomó su pezón entre sus dedos y después lamió con cuidado la punta. Mikasa sintió electricidad recorriendo su cuerpo, conociendo por primera vez la increíble sensación de ser tocada y acariciada de esa manera. Por más que intentó mantenerse en silencio, cuando Jean cerró sus labios sobre sus pezones, un audible gemido se escapó de su boca.

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