Capítulo 10: Un mensaje importante.

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—¿Y bien?—Jean se dirigió hacia Connie, que terminaba de subir la colina en la que se encontraban esperándolo.

Connie se retiró la capucha y detuvo su caballo frente a ellos.

—Enfermo...y aún en cama.

—Han pasado al menos tres semanas ¿Contrajo otra enfermedad?

—No. Es lo mismo, estable un momento y recae en el otro.



Jean frunció el ceño y miró hacia Reiner, que había vuelto a su silencio habitual.

—¿No se supone que aquí tenían el remedio?

—¡Ah! Excelente pregunta jefe—Connie sonrió de lado—los médicos tienen la receta de la medicina, pero, no tienen el ingrediente principal...el cual sucede ser la hoja que crece en las montañas de Marley. La misma que usaron en sus heridas en la espalda mi Señor. Al parecer la guerra y el ataque a la familia real han prevenido a muchos de explorar en las montañas de Marley, y Marley no es precisamente comerciante de dicha hierba.

Jean elevó las cejas en reconocimiento al nivel de detalle informativo de Connie.


—¿Y cómo diablos te enteraste de todo eso?—irrumpió Floch

—La señora de los fideos vende huevos y gallinas al palacio, platica mucho con la cocinera, la cocinera con los médicos... y así viaja la información a todos lados. Yo sólo le hice saber de mi preocupación por el ministro y me lo contó todo.

—Es decir, te dedicaste a comer todo este tiempo mientras te esperábamos aquí.

—Cálmate Floch...sólo fue un rato...si quieres podemos regresar.

—Regresen a Donan—respondió Jean, haciendo a los tres voltear hacia él—iré a visitar la aldea en la montaña y me quedaré en la cabaña algunos días.

—Podemos ir con usted mi Señor—respondió Floch

—No. Esperen mis órdenes en Donan.






Jean vio a sus caballeros partir e inició el camino hacia la aldea.























—¿Está seguro su alteza? Sabe que puede quedarse aquí cuantas veces lo necesite.

—Le agradezco Señora Grice, pero debo irme. Falco, sabes dónde encontrarme.

—¡Si su alteza! Tendré lo que me pidió mañana mismo.















Después de visitar la aldea en la montaña, Jean entró de nuevo a esa cabaña, la misma en la que había cuidado y curado las heridas de Mikasa, donde pasaron dos noches juntos sin saber absolutamente nada del otro. Sólo confiando en que ambos se necesitaban al menos un poco para sobrevivir.


Desde el momento en que la había sostenido en sus brazos, había notado lo hermosa que era, aún cuando lucía pálida por el frío y el cansancio.

Los siguientes días a su lado habían sido como ver un capullo abrirse poco a poco hasta observar una mariposa con las alas extendidas.

No se había equivocado al besarla, al desearla. No se había equivocado cuando sintió sus manos temblorosas tocándolo o cuando aceptó su sonrisa y ese último beso en Donan. Mikasa no le había mentido.



Encendió la chimenea y se sentó al frente. Sacó las últimas cartas que habían robado a los mensajeros de Eldia y las revisó. En todas preguntaba por el estado de salud de Armin y de Kiyomi, para continuar con las preguntas respecto al estado de Hizuru y finalizar mencionando la amabilidad con la que el Barón de Eldia la había acogido.


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