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Mis días tienen una gran carga horaria, y no quiero decir que odio mi trabajo, sino que trabajar con niños requiere mucha energía, una que a veces escasea. Lo bueno de ser paralela a Milagros es que compartimos nuestras planificaciones y eso aligera el trabajo, aunque siempre hay que hacer adaptaciones curriculares y presentarlo a un nivel adecuado dependiendo de cada estudiante.

—Mae, mae—. Me llamó Rocio, la pequeña niña que parecía una versión de mi dieciocho años más joven, su cabello naranja en dos coletas con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué ocurre Rocio?—. pregunté, ella solo me abrazó, no dijo nada. —¿Te sentís bien?—. insistí.

—Hoy mamá no puede venir a buscarme, y va a venir mi hermano—dijo con tristeza.

—¿Extrañas a mamá?— pregunté y ella asintió.

Si, ser maestra también implica atender cómo se siente el estudiante, no es solo enseñarle cómo sumar o dividir, es también infundir aliento para que él se sienta seguro en el mundo.

—No te preocupes, vamos a esperar a tu hermano— sonreí y ella también lo hizo.

A las diecisiete horas todos los niños deben dejar el colegio, pero hoy no es el caso, han pasado treinta minutos y no ha venido el hermano de Rocio, es increíble el nivel de impuntualidad de esta persona, no la conozco pero no me gusta cuando me hacen perder mi tiempo.

—¿Todavía acá?— me preguntó Milagros, quien se había tardado porque esta en una reunión con padres, asentí.

—Si, hoy viene el hermano de Rocio— sonreí. —Y aún no ha llegado—.la miré y ella entendió mi mirada.

—Me tengo que ir, porque hoy voy a salir con mamá, pero nos vemos mañana— respondió mientras iba saliendo del portón.

—¿Va a venir a buscarme?— me preguntó mi alumna preocupada al ver el paso del tiempo y que ella aún seguía conmigo.

—Claro que si Ro, es solo que tal vez se le hizo un poquito tarde— comenté y ella se encogió de hombros. —¿Es grande tu hermano?— pregunté y ella sintió.

—Tiene veinte—respondió.

Esos veinte se transformaron en minutos, ya estaba realmente agotada de un día largo y el hermano de Rocio había llegado súper tarde, según él se había confundido con el horario pero esas palabras no las creí, ¿cómo puedes olvidarte de la hora que sale tu hermana? increíble, mi hermana ya debía estar hace horas en mi casa, mi gran ventaja era que la mamá de Gonzalo siempre la dejaba a la vuelta del colegio, ella era como nuestra segunda mamá, y para Franchesca era lo más cercano a un rol materno.

Tomé mis cosas y comencé a caminar para llegar a la parada de bus, aún no estaba oscuro pero tampoco eran las cinco de la tarde que aún había algo de luz solar.

—¿Te llevó?—- Escuché una voz que venía desde la ventana de un auto y juro que en ese instante mi corazón se aceleró, no reconocí esa voz hasta que me di vuelta y lo ví.

—¡¿Por qué venís en silencio?!— exclamé, me había asustado mucho.

—No... perdón, no me dí cuenta, estaba pasando y te vi— parecía arrepentido. —¿Te llevo?—. volvió a preguntar mientras mi corazón aún no lograba estabilizarse.

—¿Por qué estabas por acá?— pregunté curiosa.

—¿Vas a subir?— preguntó, lo miré y negué.

—No es necesario, puedo tomar el bus— expliqué y el rodó sus ojos.

—Te puedo llevar, no es molestia— me aseguró, pero en verdad no quería molestarlo, sé lo que es tener horarios de futbolista, entre preparador físico entrenamiento, partidos, días de concentración. Él parecía igual a Gonzalo cuando ha entrenado sin descanzo, no quería molestarlo.

¿Rivales?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora