Epílogo.

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 La estabilidad de sus pies sobre el suelo se esfumó y le invadió el vértigo. Sus rodillas se aflojaron ante la pérdida de gravedad y no le dio tiempo a sacudirlas de la desesperación, cuando un nuevo suelo apareció bajo sus pies.

 Perdió el equilibrio y casi cae, pero Crowley, que tenía un tanto más de experiencia en caídas, sostuvo con firmeza su mano y le ayudó a quedar parado junto a él.

 Aziraphale miró el piso de tierra rocosa y brillante y luego miró hacia adelante. Sus ojos se maravillaron. Giró el rostro para ver a Crowley pero este tenía sus pupilas prendadas de la inmensidad de estrellas que se desplegaba en el firmamento de rosados y violáceos colores, decorado por nubes claras de color celeste y sombreado anaranjado.

 Una brisa suave les acarició el rostro y Aziraphale inhaló profundamente. Se preguntó en qué momento el buen aire de la Tierra había dejado de sentirse así. Crowley también inhaló profundamente.

– Sí, es Alpha Centauri– dijo Crowley aliviado.

 Ante sí veían un llano rocoso con vegetación frondosa a los costados, de colores que difícilmente encontrarían en la Tierra. Más cerca de ellos, mirando hacia la puesta del sol que los recibía, estaba la librería de Aziraphale, idéntica a como la habían conocido, con todos sus libros, discos, y papeles; dentro nada faltaba. Lo único distinto era que a la entrada, en el escalón, una gran gata de ojos verdes se lamía el lomo concentrada.

 Unos cuantos metros atrás, Aziraphale distinguió el hogar de Crowley y el Bentley reluciente, como siempre, estacionado a la entrada. Lo que los sorprendió fue lo que vieron en el medio.

– ¡¿Es el Parque de Saint James?! – exclamó Crowley.

– Por lo menos una parte de él– dijo Aziraphale satisfecho avanzando junto al demonio. Aún no se atrevían a soltarse las manos, tampoco querían hacerlo.

– Hay patos y todo... ¡Oh, mira, esa es nuestra banca! Ven, ángel, vamos a ver el atardecer sentados allí–dijo Crowley rebosante de alegría mientras tironeaba del brazo de Aziraphale para correr hasta ahí.

 Azirahale rió y siguió con pasos torpes el enérgico andar de su compañero.

– Crowley, Crowley, espera– dijo extendiendo su brazo libre para rodearlo por la cintura deteniéndolo cerca de él.

 Crowley se detuvo frente a él y lo miró un poco desconcertado. La alegría, no obstante, no se borraba de su rostro.

 Aziraphale tomó la mano de Crowley con sus dos manos y la escondió allí como protegiéndola. Crowley lo observó desorientado, pero tampoco iba a quejarse. Entonces los ojos grandes y brillantes de Aziraphale se posaron en él y el ángel sonrió.

– Bienvenido a nuestro hogar.

 Crowley sonrió y antes de responder descubrió que Aziraphale ya no miraba exactamente a sus ojos. Rió suavemente.

– Estás mirándome los labios, Aziraphale.

– No, no lo hago– dijo él mirando los labios de Crowley como hipnotizado.

– Sí lo haces.

 Con gran dificultad Aziraphale apartó sus ojos y con una sonrisa avergonzada miró hacia otro lado.

– No lo hago.

 La sonrisa llena de picardía de Crowley encendió aún más las mejillas de Aziraphale.

– ¿Quieres besarme? – preguntó Crowley acercándose un poco más al ángel.

 Aziraphale negó y rió por lo bajo, sin mirarlo. – Tal vez– susurró luego.

Letter - Ineffable HusbandsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora