8. Tuyo, Aziraphale.

217 31 3
                                    

 Sentado mirándose la punta de los zapatos, pensó en Aziraphale. Por lo regular pensaba en Aziraphale todo el tiempo, así que no era ninguna novedad. Se aburría muchísimo.

 A Crowley siempre le había fascinado la Tierra y la invasión humana de esta. Humanos por doquier, a Crowley le encantaba. Todas esas reglas estúpidas, todas esas costumbres que seguían sin saber por qué, la cantidad de cosas que inventaban para hacer más fáciles sus vidas, y otras tantas para hacer sus vidas más difíciles, las miles de formas que tenían de amarse y las miles de formas que tenían de hacerse daño. Crowley admiraba cada ridícula parte de la humanidad, lo automáticos que esos seres eran; pero, sobre todo, admiraba cuando de repente a alguno se le ocurría no ser tan automático. Y así comenzaba el desastre.

 A Crowley le gustaba que raramente era un solo humano el que pensaba distinto, el que dejaba de ser automático; siempre había dos, como mínimo, y tarde o temprano se encontraban. Y no era realmente importante si la cosa terminaba en un intento frustrado, o en un milagroso triunfo, lo que a Crowley le gustaba era lo que un grupo de humanos podía hacer si se ponían de acuerdo, aun si eran distintos y si no pensaban exactamente lo mismo todos. El mundo había cambiado muchísimas veces, Crowley era testigo de eso, algunas para bien y otras para mal, algunas pacíficamente, otras ni un poco pacíficas, siempre fruto de la acción humana. Y no importaba si eran millones de humanos o solo cinco locos con alguna idea iluminada; siempre algo cambiaba. Cualquiera podía marcar la diferencia, pero nunca solo. Había, aunque pequeñito, lugar para todo. Le gustaba eso de la Tierra a Crowley, lo diverso que se podía ser ahí dentro.

 Extrañaba muchas cosas de la Tierra, muchas más de las que le había dicho a Aziraphale, pero la que extrañaba por sobre las demás era tener un lugar para ser distinto junto a Aziraphale.

 Hastur tropezó con sus piernas, probablemente a propósito, y le gritó que no se metiera en su camino. Crowley no estaba de ánimo para una disputa, que era lo que el otro demonio quería, así que con el mentón apoyado en su mano lo miró inexpresivamente. Hastur gruñó disconforme y le pateó el pie antes de irse.

 Crowley lo vio alejarse y rodó los ojos. Se masajeó la pierna por el dolor del golpe.

"¿Dolor?" pensó Crowley.

 Se palpó las piernas, las rodillas, los pies. Lo sentía. Lo sentía como tacto.

 ¿Qué mierda está pasando?

 Se palmeó las mejillas para asegurarse, con una fuerza considerable que terminó por dejarle la mano marcada sobre la piel. En efecto, le dolía. Recorrió sus dientes con su lengua y, en efecto, los sentía. Se miró las manos como si no las reconociera.

 Le habían devuelto su cuerpo.

¿Cómo?

 Las anteriores veces, para darle un cuerpo, habían hecho montañas de papeleo, y un ritual con fuego y demás quehaceres infernales; se veía bastante complejo a decir verdad. Y ahora de repente, como si nada, tenía su cuerpo de nuevo.

 ¿Cuándo? Se preguntó Crowley. Estaba seguro de que el día anterior no tenía cuerpo, y tampoco esa mañana. Crowley se vio tentado de pararse e ir a preguntar que qué carajos estaba pasando que de la nada le devolvían el cuerpo y-

 La pila de cartas le golpeó la cabeza y dejó de preguntarse cualquier cosa. Buscó de inmediato la que era para él.

 Leyó la carta mil veces. ¡Oh, qué maravilloso tiempo para existir!

 De haber podido hubiera corrido por todo el lugar, hubiera pateado cosas, hubiera reído, gritado y cantado a todo pulmón cualquier cosa que pudiera cantarse en una situación como esa. No tenía ni idea de lo mucho que había extrañado ese primer "Tuyo Aziraphale".

Letter - Ineffable HusbandsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora