CAPÍTULO 4

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AZUL TURQUESA

Jillian

Tomo la taza de café que dejé en la barra de la cocina para seguir desayunando mientras reviso mi celular observando como Julia, la mujer encargada de recoger la basura del segundo piso de los departamentos estudiantiles, lleva las bolsas negras hacia afuera. 

Es entonces cuando mi mirada recae sobre las bolsas de compra que siguen en el sofá desde la última visita de Kerstin. 

—Puedes llevarte eso también —indico acercándome mientras ella me mira extrañada, contemplando las bolsas al tiempo que las toma con recelo.

—¿Está segura, señorita? —me pregunta dudosa mientras observa el contenido— Todo esto es nuevo y al parecer muy costoso. Todavía conserva la etiqueta, ni con mi salario de un año podría comprar todo esto.

—Llévatelo. Puedes tirarlo, quedártelo, regalarlo, haz lo que quieras, no me importa, solo no lo quiero aquí —expreso dando media vuelta para volver a la cocina a dejar la taza en el lavaplatos.

—Está bien, como usted diga.

Después de que se ha marchado, me tiro en el sofá mientras Sombra sube a mi lado acomodándose en mi regazo, sonrío acariciándolo al tiempo que busco el control del televisor, comienzo a cambiar de canal en busca de algo que llame mi atención cuando el sonido del timbre me distrae, llevando abajo mis planes de no salir de mi departamento.

Pretendo ignorarlo, sin embargo se convierte en una tarea imposible gracias a la insistencia de la persona detrás de la puerta que parece haberse quedado pegado al maldito botón.

—¡Sé que estás adentro y no vamos a irnos hasta que salgas! —escucho a Eduardo gritar al otro lado.

Pongo los ojos en blanco haciendo a un lado mi cuenco de palomitas mientras me levanto con desgano a abrir encontrando a mis amigos frente a mi puerta; por cómo se encuentran vestidos, sé que están pensando en salir de fiesta, así que los miro con un interés renovado a la espera de los detalles.

—¿¡Por qué no te has vestido!? ¡Vamos a llegar tarde por tu culpa, no podemos perdernos uno de los eventos más importantes del año! ¡Apresúrate, no pierdas el tiempo! —comenta Eduardo en tanto me empuja dentro de mi departamento guiándome por los hombros hacia mi habitación, Sombra levanta la cabeza mirando con atención a los tres intrusos que se abren paso con total desparpajo.

—¿De qué estás hablando? —inquiero— ¿Acaso no sabes que se inventaron los celulares?

—La última vez que te escribí para algo como esto, me dejaste en visto —recrimina— ¡La fiesta, Jill, hablo de la fiesta de bienvenida de las fraternidades! —me repite con cierta desesperación, dando una ojeada a su reloj— ¿¡Lo olvidaste, verdad!?

—No, pero creí haber dejado lo suficientemente claro que no me interesa asistir —respondí a punto de salir de mi recámara.

—No seas amargada, toma, ponte esto —habla Alekséi mientras husmea en mi clóset al tiempo que me lanza a la cara uno de mis vestidos. Al parecer el incógnito chico de la playa no era el único que tenía una manía con arrojarme ropa a la cara. 

—Joder... —mascullo quitándome el vestido del rostro, se que no será fácil que dejen de insistir, así que dejo de luchar con la pereza que siento ante la idea de salir de mi departamento en domingo y me dispongo a arreglarme.

—Uy, ¿Y esto? —pregunta Eduardo sacando de uno de los cajones una tanga de encaje negro— No sabía que fueras tan... candente, ¿Para quién es el regalito, eh, traviesa?

Cuando el infierno se viste de cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora