CAPÍTULO 5

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AZUL INFIERNO

Jillian

Si la belleza fuera un pecado, este hombre estaría condenado a arder conmigo en el infierno. 

La luz de la luna iluminándole la piel lo hace parecer aún más atractivo, pero sus atributos físicos van acompañados de una actitud de hijo de puta que parece insuperable.

—Me habían dicho antes que las americanas sabían moverse bien, pero veo que también son expertas en protagonizar momentos ridículos  —comenta mientras deja caer el puro para pisarlo con la suela de su zapato antes de comenzar a caminar hacia mí de manera lenta, seductora, acortando la distancia entre nosotros.

—Escuché antes que los ingleses eran aburridos, grises... Pero ahora veo que tú agregaste un nuevo adjetivo a la lista: arrogante —respondo con una sonrisa burlona, alzando ligeramente el mentón para poder mirarlo a los ojos.

Su cercanía llega a mí con un tenue pero agradable aroma masculino; la loción amaderada con tenues notas cítricas que usa, combinado con una ligera fragancia a menta me envuelve y excita, sus ojos brillan con seguridad e imponencia mientras sus labios de un ligero tono rosáceo perfectamente bien proporcionados son una invitación a prenderse de ellos en un beso lascivo, salvaje. 

Sus ojos me miran con cierta malicia, la manera en la que se acerca a mí no hace más que confirmarme que en la oscuridad los demonios sabemos reconocernos; lo que este hombre no sabe es que he jugado este juego más de una vez, y no estoy dispuesta a ser yo quien pierda.

—Por un instante no te reconocí, la única diferencia es que ahora estás vestida —ironiza ignorando mi último comentario, su mirada inescrutable y profunda parece querer examinar cada rincón de mi mente.

—No te ilusiones. Lo que viste aquella noche, no lo verás otra vez.

—¿Estás segura? Porque yo puedo ver otra cosa en tus ojos —expresa con esa seguridad y arrogancia, al tiempo que acerca suavemente su rostro al mío mientras me mira y recorre con sus ojos mis labios. 

—Ni lo sueñes, británico petulante.

—Americana engreída.

—¡Ja! No soy americana, príncipe.

—Eso ya lo había notado, siempre estoy un paso adelante y, para tu mala suerte, las alemanas malcriadas me desagradan aún más que las americanas engreídas.

—Voy a poner tu opinión en mi cuenta de banco para ver si algún día me genera un interés.

Estamos tan cerca uno del otro que percibo la calidez de su cuerpo y la tibieza de su aliento hacer contraste con el frío aire de la noche, mi mirada colisiona con la suya haciéndome sentir un cosquilleo que recorre mi piel, nunca me ha gustado negarme el placer pero esta vez el desafío es para mí y no seré yo quien sucumba a la tentación.

—¡Jill! ¿¡Dónde estabas!? ¡Llevamos media vida buscándote! ¿Dónde te habías metido? Por un momento creímos que te habías ido  —escucho la voz de Alek dirigirse a mí.

La tensión se rompe mientras ponemos distancia de por medio ante la cercanía de los chicos, Valerie va un par de metros por detrás pues camina con dificultad con sus zapatillas por el césped.

—Espera, ¿Tú no eres el pianista? ¡Claro, el chico que viene desde Londres! —comenta Eduardo con inminente sorpresa— ¿¡Cómo no te reconocí esa noche!? Jill... ¿Cómo es posible que no hayas mencionado que lo conocías? ¿Es que acaso son amigos? —pregunta con una mano en la cintura.

—No, él no es mi amigo.

—¡Es verdad, es él! —habla Valerie cuando llega— Encantada, siempre es bueno que los estudiantes de intercambio comiencen a integrarse con... —deja la oración en el aire cuando él da media vuelta, alejándose tranquilamente, dejándola con la palabra en la boca mientras me mira por el rabillo del ojo al tiempo que esboza una ligera sonrisa con malicia.

Cuando el infierno se viste de cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora