CAPÍTULO 8

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PASIÓN Y MUERTE

Jillian

Camino entre las luces bajas del Colomb Dorée, moviéndome lentamente con elegancia entre los pasillos, sigilosa como una serpiente al acecho de su presa, solía escuchar cómo recibían el nombre de asesinas silenciosas, desplazándose con cautela hasta que tienen la oportunidad de acometer contra su objetivo como una certera lanza que conoce muy bien su dirección y su destino.

Mi presencia es incapaz de pasar desapercibida sin importar dónde me encuentre, pero me alejo indiferente y solo me enfoco en encontrar al bastardo de esta noche.

El casino podría compararse con un laberinto que invita a los más ilusos a perderse en busca del camino dorado, las lámparas de pared iluminan el sendero hacia la barra en la que se encuentran algunos clientes bebiendo y charlando. 

Observo su silueta a la distancia, lo veo jugando ruleta junto a un grupo de hombres que rodean la mesa de juego entre apuestas y gritos eufóricos o maldiciones. El sonido del tragaperras y el bullicio del área del bar son la banda sonora de la noche, pero no estoy aquí por diversión y tampoco por placer.

—Apuesta cantada, ¡No va más! —anuncia el croupier al tiempo que comienza a girar la rueda con destreza mientras todos los ojos permanecen atentos a la bola, deslizándose a través de las casillas.

Camino hasta llegar al lado del hombre que viste un traje sastre gris y una camisa de lino blanca, contemplo la partida y ese rostro tenso, que me indica que su suerte al parecer le ha dado una patada en el culo esta noche.

De pronto su mirada conecta con la mía, humedezco ligeramente mis labios antes de dar una media sonrisa mientras sostengo mi copa, con ese aire ligeramente arrogante pero seductor que es capaz de cautivar hasta al más duro.

El alboroto que embarga la mesa cuando la pelota se ha detenido en una casilla negra con el número veinte lo obliga a apartar la mirada antes de esbozar una sonrisa en mi dirección.

—Parece que tengo un bonito amuleto de la suerte esta noche —habla mientras levanta el rostro, mostrándome una sonrisa cargada con una mezcla falsa de confianza y soberbia típica de los perdedores que con pequeños e insignificantes triunfos creen tener el mundo a sus pies.

En ocasiones la suerte es solo un espejismo que te muestra un paraíso inexistente ante tus ojos, la euforia nubla los sentidos solo para mostrarte una realidad en la que solo sobrevive el más astuto.

 —Esta noche puede ser inolvidable, si tú así lo quieres —le susurro al oído mientras me inclino ligeramente hacia él con una sonrisa, segura del destino que le espera antes del fin de la noche mientras bebo el champagne de mi copa. 

—No te vayas lindura, la noche aún es joven. En cuanto termine tú y yo podríamos irnos a celebrar a otro lugar —expresa con arrogancia mientras recorre con la mirada mi pronunciado escote.

—No pienso ir a ningún lado —expreso con coquetería mientras deslizo en una suave caricia la yema de mis dedos por su solapa.

Las apuestas continúan y este hombre sigue llenándose los bolsillos de dinero, este tipo es lo suficientemente supersticioso o lo suficientemente idiota como para pensar que se debe a mi presencia, aunque no lo culpo, cualquiera piensa cosas parecidas con solo verme, incluso el más escéptico.

—Joder, preciosa, ¿Acaso llevas la presencia del demonio a tu lado? —pregunta mientras se levanta cuando llega el fin del juego, centrando su atención en mí.

—Quizá esta noche yo soy el demonio —respondo con cierto rastro de ironía en mis palabras.

—Oh, no, eres demasiado hermosa, yo más bien diría que, tienes una apariencia celestial —halaga mientras mis labios esbozan una sonrisa que refleja lo divertido que me parece el comentario.

Cuando el infierno se viste de cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora