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Iago

Diez, once, doce... Intento tragar todas las uvas lo suficientemente rápido cómo para no morir el primer día del año y en cuestión de segundos todo el mundo se levanta de sus asientos y abraza a la persona más cercana. Yo sin embargo me limito a devolver los abrazos y sonreír hasta que uno de mis amigos llega hasta donde me encuentro.

- ¡Feliz 2023, Iago!

- Igualmente, Airas - le devuelvo el abrazo al que he considerado mi mejor amigo y hermano toda mi vida mientras él me da varias palmadas en la espalda. Sonrío al darme cuenta de que ya tiene las mejillas sonrojadas a causa del alcohol.

Felicito al resto de la gente y me acerco hasta el castaño, quien me ofrece un vaso de plástico que acepto al instante antes de llevármelo hasta los labios. Las horas pasan demasiado rápido cuando mi padre nos indica que va a cerrar pronto para poder recoger antes de que se haga demasiado tarde.

Roi mira a Airas, que se encuentra hablando con el resto del grupo apoyado en la barra con su mano izquierda y con una botella vacía en la derecha.

- Airas ya va demasiado bebido así que vayámonos a mi casa antes de que su madre lo vea así. ¡Esta noche me he propuesto alcanzarlo!

- Cumplirá 23 este año... Creo que es lo suficientemente mayorcito para beber.

- Nunca eres lo suficientemente viejo como para que tus padres te vean borracho.

No puedo evitar reírme cuando lo escucho y me rodea apartando a la gente que se cruza en su camino para llegar hasta la salida.

Siento mi teléfono vibrar en el bolsillo, pero no le doy demasiada importancia hasta que al deslizar el dedo por la pantalla me encuentro con un correo electrónico diferente, con un nombre demasiado familiar como para que mi corazón no se detenga unas milésimas de segundo. Por un momento pienso que he bebido demasiado y no puedo evitar leer de nuevo su nombre para asegurarme de que es ella. Me detengo entre la multitud, preso de las sensaciones que se han acumulado en mi estómago formando un nudo.

- Iago, ¿No vienes?

- Dadme un momento. - aseguro con un gesto.

Erea simplemente asiente sin preguntarme nada y lo agradezco, porque no sabría como darle una explicación de lo que voy a hacer. Y antes de que pueda pensarlo dos veces pulso sobre la notificación que sin saberlo, me devuelve a la primavera que se terminó antes de lo previsto y que se me escapó de las manos.

De: Amaia Duarte.
Para: Iago Beltrán.

Asunto: La despedida que realmente nos merecíamos.

No sé si lograré que esto funcione. Supondré que lo he conseguido si estás leyendo esto más de dos años después, dos años y cuatro meses, para ser más específicos. Ese es el motivo principal por el qué hago esto. No nos merecemos el modo en el que todo ha terminado, pero no he encontrado una forma más sencilla que alejarme sin hacer demasiado ruido. Ya sabes como soy, o más bien como era.

Te escribo desde el aeropuerto, unos minutos antes de embarcar en el avión, de este modo ya no hay vuelta atrás. Yo necesito desahogarme y sé que tu necesitas saber que pasó por mi cabeza mientras tomaba un tren en dirección al centro de la ciudad sin despedirme de nadie, a excepción de tu abuela, porque supongo que te diría que me vio marcharme de la posada la última mañana que estuve en el pueblo.

Si hago esto es porque necesitaba que te quedaras en Víveda, Iago. No podría haber soportado despedirme de ti y que tratases de seguirme a cualquier lugar al que yo fuera, porque no habría sido justo para ninguno de los dos y demasiado egoísta por mi parte. Ambos sabemos que tu hogar se encuentra en cada rincón de aquel pueblo y que a mi me ahoga la idea de quedarme demasiado tiempo en un mismo lugar, sin conocer a gente nueva, viendo todos los días las mismas caras y el mismo lugar a través de la misma ventana. Entendí que esa es la vida que tu deseas, y por eso debes dejarme volar.

Con esto no quiero que nos pongamos tristes, si no que me cuentes si Víveda sigue del mismo modo que cuando lo dejé, si tu abuela sigue cuidando el jardín que tanto adoraba, porque si hubiese tenido que escoger un lugar para esconderme del mundo durante toda la eternidad hubiese sido ese. Cuéntame si ya has logrado dirigir el negocio familiar o es tu padre quién sigue ordenándote que hacer como si el tiempo no hubiese pasado. Me muero si no te pregunto como está Cala y si continúas llevándola a pasear a la orilla del lago, aunque supongo que cuando leas esto será ella quien te pasee a ti.

Lo único de lo que estoy segura en este momento es que aunque pasen tres años, diez o toda una vida... No voy a ser capaz de olvidarte. Es algo que debes de saber pese a que cuando leas estas letras ya sea demasiado tarde para los dos. No te prohíbas nada, Iago. Ríete, llora y... Enamórate como lo hiciste la primera vez.

En otra vida... No me cabe duda de que en otra vida somos muy felices estemos donde estemos, aunque en esta no pueda ser.

Mientras tanto, tan solo me queda desearte que seas feliz en esta, que los dos lo seamos pese a las decisiones que tomamos e incluso pese a las decisiones que no podemos tomar.

Siento como cada una de las palabras logra traspasarme la piel al igual que lo hacen las agujas.

Más bien como si fuese una espada.

Ni siquiera sé cuanto tiempo llevo alejado del resto del mundo, pero ya no escucho voces ni la música de fondo.

Me he alejado de la taberna unos metros, quedándome en el camino que se dirige hacia el pueblo, hacia Víveda, el mismo lugar que nos ha visto crecer.

Todavía no entiendo como es posible que los sentimientos que había mantenido ocultos desde hacía más de dos años florezcan tan rápido al tratarse de ella y... me gustaría culparla por haber decidido por los dos, por haberse marchado del pueblo, pero no puedo hacerlo, porque tenía razón.

El Iago de hace casi dos años y medio años, el mismo que estaba completamente loco por ella, el mismo que de algún modo lo había estado toda su vida, la hubiese seguido a cualquier sitio al que decidiera ir.

Pero al igual que ella había cambiado, yo también lo había hecho.

Me obligué a mí mismo a respetar su decisión y a seguir con mi vida tal y como ella me pidió la noche antes de marcharse, aunque yo no supiese que esa sería la última que podríamos estar juntos.

Y aunque jamás había podido culparla... Estos dos años tampoco han conseguido que dejase de sentir el vacío en el pecho que creó al irse, porque ese lugar era completamente suyo. Así que tan solo me queda escribir todas y cada una de las respuestas que la Amaia que tanto quise, aquella versión de ella, tanto tiempo llevaba esperando.

Y por una parte creo que se lo debo.

El miedo se apodera de mí cuando entiendo que no es mi Amaia quien va a leer mis respuestas, sino una versión de ella que no conozco.

Y me aterra pensar que tal vez ya no quiera saber que ha sido de Víveda en su ausencia.

Porque en parte, eso también me incluye a mí.

Vuelve, MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora