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Amaia

Es él.

Probablemente la persona a la que más conozco, la persona que me ha criado y que tomó el papel de padre demasiado temprano para ocupar un lugar que en realidad no le correspondía.

No todavía.

Y sin embargo es lo único en lo que puedo pensar una y otra vez cuando lo veo con un cartel enorme entre las manos donde está escrito "bienvenida a casa".

Mi hermano me recibe con los brazos abiertos y me abraza acercándome a su pecho, pese a que a él lo vi hace a penas unos meses cuando decidió presentarse en Florencia por sorpresa tan solo un par de días.

Terminamos recorriendo la ciudad en bicicleta, comiendo helado frente al duomo y de fiesta en uno de esos bares nocturnos sin saber cuando volveríamos a vernos, pero eso no nos importaba, no en ese momento, no hasta que lo vi salir de mi apartamento con tan solo una mochila como equipaje de mano, lo único que había llevado y simplemente... se fue.

No puedo evitar respirar profundamente, inhalar su aroma, el olor de Víveda, la sensación de recordar algo que habías olvidado o que al menos habías tratado de hacerlo, como si fuese una piedra que trata de flotar para salir a la superficie y pese a que lo intenta no lo consigue.

Porque eso es Víveda, un recuerdo muy arraigado a la piel.

— Te he echado de menos — confieso en un pequeño susurro y siento sus brazos rodearme con más fuerza alrededor de la espalda, como si no quisiese dejarme escapar, como si tuviese miedo de que fuese a coger el siguiente avión para regresar a Italia.

— Yo también, Amaia.

Y nos quedamos abrazados probablemente más tiempo del que esperaba, pero Airas significa hogar, significa que mi regreso es real, que vuelvo a estar en casa y... Estar sujeta a él hace que todo dé mucho menos vértigo.

Siempre ha sido así supongo, es por eso que tal vez nunca le dije lo enamorada que estaba de su mejor amigo, de ese beso que me dio la noche que cumplí los diecisiete años ni del verano siguiente...

Ese verano en el que decidí que marcharme sería la mejor opción.

Y ahora, mirándolo con un poco más de perspectiva, puede que Iago tampoco se lo contase por el mismo motivo, por el miedo a que se enfadase, que se alejase de él...

Por el miedo de perderlo.

Y por un momento lo comprendo, porque Airas es lo mejor que ambos tenemos en nuestra vida y sin él... Sin él nada habría sido igual.

¿Como puedo culparlo de tratar de proteger lo mismo que yo?

— Estás aquí — habla Airas como si no lo creyese y no puedo evitar sentirme del mismo modo.

Sonrío todavía con las lágrimas en los ojos. Cuando él se da cuenta de ese pequeño detalle seca mi piel con sus dedos, sonriéndome de una forma tan deslumbrante que duele.

— No podía dejar que fueses tú quien volviese a Florencia a hacer el ridículo.

— ¿A hacer el ridículo?

— ¿Debo recordarte cuando te caíste de la bicicleta frente a todo el mundo al lado del Ponte Vecchio o cuando en las galerías Uficci..?

— ¡Vale, está bien, está bien! — exclama riendo en medio del aeropuerto llamando la atención de todo el mundo que está cerca cuando pone su mano en mi boca. Sus carcajadas resaltan por encima del ruido y provocan que la gente nos mire, pero no me importa. — Debes admitir que ahora esa ciudad tiene algo que recordar — añade y no puedo evitar comenzar a reír junto a él.

Vuelve, MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora