Capítulo 3:

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Era mi primer día en la universidad y no podía negar que los nervios me comían viva. Durante años tus padres te preparan para que tengas un buen futuro, te brindan las herramientas, pero, queda en ti el saber aprovecharlas; y eso es lo que me tenía los nervios de punta, no quería decepcionar a nadie. Quería dar todo de mí en esta nueva etapa. Aproveché ese último tiempo en mi habitación para darme algunos ánimos frente al espejo y verificar una vez más mi atuendo, al encontrar todo en orden, caminé hasta la cocina.

Al notar que no contaba con mucho tiempo, corté un pedazo de bizcocho del cual me había traído Patrick y un vaso de leche. Ya que no tenía la hora exacta de mi llegada decidí dejarle un poco de comida a Peber y agua.

"Bueno, Peber, pórtate bien, cuando llegue prometo sacarte un rato y jugar contigo". —Dejé unas pocas caricias en su cabeza, para así abandonar mi hogar de una buena vez y ponerme en marcha. La universidad quedaba un tanto lejos, por lo que era mejor tomar un taxi y no atrasarme más, no quería dar una mala impresión el primer día. Durante el camino me dediqué a mirar por la ventana, aún no me acostumbraba a lo diferente y bonito que era todo, era claro que su clima era mucho más frío de donde provenía, pero no me molestaba, incluso, me agradaba. Al llegar a la universidad, pagué el taxi para así girarme y enfrentar mi presente. El lugar estaba repleto de personas y eso me encantaba, por suerte, ya había venido el día anterior y todo se me facilitaría.

Como era de costumbre, el profesor se presentó y luego los estudiantes tuvieron que hacerlo, explicó detalladamente todo lo que teníamos que hacer durante el año académico, su valor y el propósito. Al parecer nos darían una hora libre durante el día para que pudiéramos comer e ir al baño, me agradaba. Sin desaprovechar esa hora busqué algo de comer, ya el bizcocho había pasado a historia y mi estómago no dejaba de sonar, lo que era algo vergonzoso. Cuando conseguí algo de comer me senté en una de las tantas mesas vacías, comenzando a comer sin apuro, observando a las personas ir y venir. Por un breve instante aquella anciana se coló en mis pensamientos, no le encontraba sentido alguno y era desesperante. Al final le resté importancia, pensando que tal vez se había equivocado de persona o quizá solo estaba deambulando. Aunque, llevaba cuatro días aquí y había recibido varios mensajes: en el espejo, la sombra y ahora la anciana, no creo que sea coincidencia. Iba a seguir creando teorías en mi pequeña y tonta cabeza sobre lo que estaba pasando, pero, una voz me interrumpió.

"¿Permiso, crees que me pueda sentar aquí?— Preguntó, sus palabras salieron con una chispa de timidez, y al ver que me había quedado en silencio se apresuró hablar nuevamente. —"Es que, no hay mesas vacías"—Intentó explicar de manera apresurada. Le regalé una corta sonrisa en un intento de brindarle seguridad, para así señalar el asiento que se encontraba frente a mí.

"Tranquila, puedes sentarte, me llamo Ekaterina. Supongo que eres de nuevo ingreso al igual que yo". —De pequeña me había mudado tantas veces de colegio que sabía cómo se sentía, te sentías perdida, y notable ante la vista de todos. Para mi suerte, al parecer mis palabras le brindaron la confianza suficiente para presentarse.

"Me llamo Anabell, pero me puedes decir Ana, ya que Anabell me hace recordar la muñeca y es un tanto escalofriante, no sé qué pensaban mis padres." —Confesó de manera avergonzada, mientras revolvía su comida.

Seguimos comiendo y conociéndonos un poco mejor, quedando en salir un rato después de clases. Después de todo, era una buena persona, no fue tan malo como pensé que sería. Era una persona extrovertida luego de entrar en confianza y eso era lindo.

Cuando por fin pude llegar a mi apartamento, dejé todo sobre el sofá, para ir por la correa de Peber y hacer lo que había prometido. No tuve que hacer mucha fuerza, Peber ya estaba acostumbrado y la mayoría del tiempo cooperaba, así que estuvimos rápidamente en el ascensor, listos para correr y fatigarnos. Unos niños se acercaron a jugar con Peber, tomando ese tiempo para sentarme y reponerme, entre tanto, una sombra llamó mi atención. Mis manos sostuvieron la correa de Peber con fuerza cuando esos ojos color negro me escrutaron, sus mejillas se encontraban abultadas debido a su amplia sonrisa, ¿Cómo era posible que unas venas fueran tan notables? Mi respiración había comenzado a fallar y mis piernas actuaron por si solas, caminando hacia la misma, pero su cuerpo frenó a mitad de camino, volviendo hasta los niños y con Peber. Cuando creí que había jugado lo suficiente le coloqué la correa y nos despedimos de los niños, los cuales no estaban muy contentos al tener que dejar ir a Peber. De camino al apartamento nuevamente sentí esa sensación de que alguien me vigilaba pero siempre que volteaba no había nadie. Estaba loca, no había mucho más para decir, era el estrés, estaba paranoica, era la primera viviendo sola, solo era eso.

Íncubo |H.S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora