Seis- Sonrisas

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Miró a su alrededor con desesperación, estaba oscuro y húmedo, cada sonido emitido de arriba resonaba en toda la habitación de manera estruendosa y le causaba escalofríos.

Se aferró al tembloroso cuerpo de su padre, ambos hambrientos y a nada de contraer una posible pulmonía. El invierno resultaba ser la peor época del año, en especial si te encontrabas en esta clase de situación.

La puerta fue repentinamente abierta, la inesperada luz la hizo cerrar sus ojos con fuerza, adaptándose a la calidez que comenzaba a entrar en el sótano mientras una mujer permanecía parada en la entrada, Ayano observó con detenimiento.

Dejó de acurrucarse en el hombre a su lado para ponerse de pie y caminar con dificultad hasta llegar a su madre, aferrandose a su pierna, deseando que el castigo haya finalizado.

—Ya pasaron tres días retoño —Consoló la mayor, acariciando el sucio y desordenado cabello de su pequeña hija —Puedes salir, pero papá debe quedarse más tiempo.

La niña se paralizó, deseando que su padre viniera con ella, no quería abandonarlo ahí, eso no era correcto. Levantó la cabeza, encontrandose con una sonrisa llena de cariño y aprecio que le decía "ve, todo estará bien".

Estaría bien, había hecho esto cientos de veces, agradecía que Ryoba tuviera suficiente conciencia para no dejar a su hija de cinco años encerrada una semana entera junto con él.

Ayano se despertó de un salto, su respiración irregular le indicaba que algo iba mal.

Observó a su alrededor, inspeccionado cada rincón de la habitación. Trago saliva cuando vió la puerta a medio abrir, y a su madre sonriendole desde el otro lado mientras se retiraba.

La sensación de ser observada se mantuvo incluso cuando estuvo segura de que ella se fue. Era viernes, y aunque aún tenía permitido faltar debido a su enfermedad, decidió que quería pasar el menor tiempo posible en casa.

Dejó la cama de mala gana, revisando la hora para darse cuenta de que había despertado muchísimo antes de que su despertador habitual sonara.

Comenzó a rebuscar en su closed hasta encontrar su uniforme, colocandoselo sin ninguna prisa por el tiempo de sobra.

Miró una última vez el altar que permanecía en una esquina de la habitación, su estómago se revolvió por la ansiedad, sus manos se cerraron en puños y gruñó de frustración, caminando de un lado a otro en busca de valentia.

Sin pensarlo más, bajó a la cocina, abriendo el cajon del mueble que se encontraba ahí y jalando consigo una bolsa negra, regresando a su habitación y asegurandose de no ser vista por su madre.

Ella toma cada cosa que está colocada en ese lugar, y la rompe, algunas cosas a pisotones, otras con ayuda de tijeras.

Da un suspiro de alivio, sintiéndose satisfecha y libre de un legado que no estaba dispuesta a seguir. Una fría mano en su hombro la hizo saltar en pánico, volteandose para ver de quién se trataba.

El hombre mayor le sonrió calidamente y le dio unas cuantas palmaditas en la cabeza, expresando su orgullo al ver que Ayano se desace de feas costumbres que Ryoba se esforzó en inculcarle.

Ese mismo día Ayano tira el bento que la mujer le preparo en un bote de basura camino a la escuela, su estómago no está dispuesto a soportar algún sabotaje en la comida.

Además, ya está esperando con ansias el bento especial que Osana prometió prepararle cuando le avisó por mensaje que sí iría a la escuela. Ella dijo; "Te haré algo lleno de vitaminas para que recuperes fuerzas".

Cuando atravesó el jardín de cerezos que aún no florecen, se encuentra con alguien conocido, una cabellera rubia, desordenada y esa chaqueta de cuero que presume como premio, su caminata le trasmite una sensación de amenaza.

¿Es una broma?... Porque no me hace graciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora