Catorce- Sus manos en mi cuerpo

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Con la mirada fija en el espejo que esta frente a ella, analiza cada parte en su cuerpo desnudo, del cual jamás había estado tan asqueada como ahora. Este tesoro que le fue entregado cuando nació, aquel que incluso lleno de heridas seguía amando.

Pero justo ahora era muy diferente. Estas marcas en su cuello que son un claro recuerdo, una cicatriz y sobre todo un peso nuevo que cargar sobre sus hombros, algo que la llena de una sensación incómoda.

Eso es lo que siente ahora, incomodidad por su propio cuerpo, por este tesoro que era tan valioso y debía resguardarlo de las manos mal intencionadas que desde su niñez se le acercaron en hospitales. Esos rostros llenos de lujuria y malicia que había visto más de una vez.

Rana Mida, ahora recuerda bien quién es ella, pues la última vez que la vio fue cuando intentó sobrepasarse. Después asegura que había dañado a otra persona, a un desconocido.

Aunque eso no importaba, era lo mismo, depredadores que estaban dispuestos a encajar sus dientes en el cuello de la oveja hasta beber todo su néctar y poder disfrutar su carne.

Se miró a sí misma con resentimiento, tapó sus partes íntimas con vergüenza de que sus propios ojos las vean. La sangre que formo una costra en su cuello con la forma de una mordida la hizo querer vomitar. Había tenido suerte, al menos eso fue lo que se dijo para intentar consolarse.

Pues el cazador no tubo la oportunidad de saciar el hambre voraz con su delicada y suave carne, ¿qué importaba de todos modos? Se bebió su néctar descaradamente y solo dejó un cascarón vacío.

Con pasos lentos entró a la bañera que había llenado con anticipación, sumergió su cuerpo en el agua tibia, sintiendo una satisfacción descomunal cuando entró en contacto con las burbujas que invadían gran parte del agua.

Se quedó quieta por un rato, pegando las rodillas al pecho y despues rodeando sus piernas con ambos brazos, mirando al infinito mientras piensa en todo y nada a la vez.

Mira el reloj de muñeca que está en el lavabo, recordando cuando lo compró pero descubriendo que nunca lo usa, siempre olvida ponerselo. La hora del aparato digital marca las tres de la mañana. No podía dormir, en especial con esta sensación agridulce que la hace sentir culpable.

Ayano deja su posición apretujada y estira su cuerpo, recostando su cabeza en la cerámica que conforma la bañera. Siente su espalda deslizarse de a poco, sumergiéndose cada vez más hasta que debe aguantar la respiración si no quiere tragar agua.

Por alguna razón un recuerdo amargo y cercano a la muerte activa en su cuerpo un miedo irracional, que la hace sentarse de inmediato cuando el agua cubrió por completo su rostro.

Aquella sensacion de ahogarse llego tan repentinamente que ni siquiera ella supo la razón inicial de su impulso, su respiración muy agitada y aferrándose con fuerza a los bordes de la tina.

Suspiró con resignación, sabiendo que está rota, dañada, abrumada y sobre todo angustiada. Todas estas cosas se juntaron en su cabeza, haciéndola caer en un estado de hebriedad que no se comparaba al alcohol, o a las drogas que alguna vez escuchó a Osoro describir.

Aprisiono su muñeca izquierda cuando sintió un ardor conocido provenir de ahí, observando el vendaje que permanece rodeando la herida que pudo haberle causado la muerte de no ser porque Ayato llegó a tiempo.

No es que la herisa fuera grave, sino que después de todo lo que pasó Ayano simplemente se habría rendido, dejando todo aquello que la hirió atras y aceptando el único gesto de misericordia por parte de su madre.

Pensar en eso le hizo recordar lo último que Ryoba le dijo antes de salir de su habitación. "Espero que en la mañana ya no estes aquí".

Si bien ella se refería a su inminente muerte, Ayano tomaría sus palabras y las utilizaría a su favor. Si tanto deseaba eso, entonces lo llevaria a cabo, ni su presencia o existencia molestarian más a Ryoba, porque iba a irse de casa.

¿Es una broma?... Porque no me hace graciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora